UN VUELTO LARGO

El Mundo Al Vuelo (reencauchado... un poco más detallado -y menos aburrido-). Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Singapur, España (oops, una de estas cosas, no es como las otras)

22 agosto 2009

Simplemente un Trámite

Una de las cosas que me gusta de estar en esta parte del mundo es la facilidad que tenemos los colombianos para aplicar a casi cualquier visa. Bueno, no sólo los colombianos sino todo el mundo, claro que pocos países necesitan visa para tantos países como nosotros. En muchas de las embajadas, especialmente para los países de Asia, sólo se necesita llenar un formulario, llevar una foto, el tiquete, pagar y la mayoría de veces entregan la visa al día siguiente. Por esto me sorprendió que al llegar a la Embajada de Malasia, faltando seis días para mi viaje, me dijeran que no garantizaban que la visa la entregaran en una semana, así que no pude viajar, perdí los tiquetes y los planes que tenía para visitar Kuala Lumpur, la capital de Malasia. Y como de todas formas tenía que salir del país porque mi visa se vencía y necesitaba aplicar a una nueva, fui a Vientiane, Laos, a donde he ido, cuatro veces, incluyendo ésta. Así que el viaje no resultaba muy interesante para mí, era sólo un trámite.

Salí de Bangkok el lunes en la noche en tren. Esa mañana me había despedido de Marcela en el aeropuerto, no había dormido mucho. En el tren se puede dormir bastante cómodo (relativamente), de todas formas el viaje cansa un poco y al día siguiente no podía perder ni un segundo o corría el riesgo de no llegar a tiempo al Consulado de Tailandia y no alcanzar a hacer mi solicitud. Llegué a Nong Kai, ciudad fronteriza con Laos, tomé un tuk-tuk a la frontera, al salir pagué mi primera multa a la Policía Tailandesa, por haberme quedado dos días más de lo que permitía mi visa (¿qué pasaría en cualquier país de Europa o en Estados Unidos si hiciera lo mismo? Bueno, primero tendría que tener visa para esos países para saberlo), firmé la multa, pagué y salí corriendo a tomar el bus para cruzar el puente internacional y llegar a Laos. Me bajé de primeras del bus, empujando al cojito que trataba de bajarse (mentiras, tenía afán pero no tanto) y necesitaba solicitar mi visa de Laos en la frontera (ni en Venezuela podemos hacer eso), llené la forma, entregué la foto y el pasaporte y pagué. Quince minutos y ya tenía mi visa. Entré a Laos, ignoré a todos los que me ofrecían taxi, hotel, tuk-tuk, trámites, etc. y me fui al bus local (esta vez ya no me podían estafar como las primeras veces). Llegué al centro, traté de negociar algún Tuk-tuk (cosa que no me gusta hacer allá porque es imposible pagar una cifra relativamente justa) y fue imposible, así que caminé hasta el consulado, afortunadamente llevaba un mapa impreso con la nueva dirección, el cual fue muy fácil de seguir. Llegué a las 11:10 AM y se podía presentar solicitud hasta las 12. Llené el formulario, dos fotos y ni siquiera hay que pagar, porque para incentivar el turismo, las visas de turista están gratis hasta enero del 2010 (creo que en el Consulado de Tailandia en Colombia es en el único que siguen cobrando). Salí de ahí más relajada (aparte de cansada, sudada, con hambre, sed, etc.) pero mi objetivo ya estaba cumplido. Ahora solo necesitaba irme para el hotel a descansar el resto del día, ya que los lugares que hay que visitar, ya los he visitado en las otras ocasiones (Güequend en Laos).

Llegué al hotel de siempre, uno pequeñito, limpio, cómodo y barato (que es lo principal). Me bañé, descansé un rato y salí a almorzar. Las cosas han subido un poco de precio con respecto a las otras veces, pero de resto todo es lo mismo. Vientiane es una ciudad muy tranquila, no pasa casi nada y yendo de Bangkok resulta un poco aburrida para mí. Empecé a recorrer con calma el lugar, siguiendo el consejo inspirador de un sabio, poeta y guía espiritual contemporáneo que en alguna ocasión dijo:
Al ir más despacio empiezas a notar todo tipo de cosas a tu alrededor. Una vez que dejas que tus sentidos te guíen y no tu itinerario, quizá encuentres placer en muchas cosas que normalmente pasas desapercibidas, muchas imágenes, olores y sabores en las calles.
Anthony Bourdain, No reservations
En otra ocasión comento:
El placer se encuentra en los sitios más inesperados, solo deja que pase. Sigue tus instintos, ¿qué podría salir mal?
Anthony Bourdain, No reservations
Después de almuerzo fui a tomar café al sitio de siempre, Joma, generalmente me gusta probar las cosas locales, pero el café de Laos en un restaurante o cafetería normal es muy fuerte, por eso prefiero ir a este lugar. Luego caminé buscando un templo abierto, en esta ciudad hay muchos y permanecen solos, los monjecitos son amables y es posible encontrarse con escenas interesantes. El templo que encontré estaba solo, así que aproveché para meditar un rato, cuando estaba terminando, mi “calma mental" fue interrumpida por un timbre de celular y voces detrás de mío. Tres señoritas se empezaron a pasear por el templo, organizando las ofrendas que le traían a los monjes. Tenían varias ofrendas centrales y 5 ofrendas individuales acomodadas en platos de sopa, en cada uno de estos había flores, velas y un paquete de cigarrillos (bastante interesante, es el primer templo en donde veo esto y caí en cuenta que he visto más monjes fumando en Laos que en Tailandia), adicionalmente le tenían a cada monje una botella de jugo de naranja y una de agua. Me quedé para observar la ofrenda. Fueron llegando los monjes, cinco en total, obviamente no entendía nada de lo que decían porque yo estaba en la parte de atrás del templo (y porque no hablo Lao), se acomodaron para la ceremonia, hablaban y hablaban, las mujeres le entregaron a cada monje un carrete de hilo blanco que estos fueron desenrollando y uniendo las hebras en el centro, formando una sola tira, con la que rodeaban una vasija grande de barro, que estaba cubierta con una tela y que no supe qué contenía, y luego la pasaban por detrás de la cabeza de una de las mujeres que presentaba la ofrenda (tal vez sería una ceremonia de cumpleaños o de matrimonio… o…). Después el monje principal echó una botella de jugo de naranja a la vasija, cortaron trozos de hilo y también los metieron adentro y la volvían a tapar con la tela. Luego empezaron a recitar cánticos en Pali (chanting) lo cual me parece muy agradable. Esperé a que terminaran y parecía que el monje le daba consejos a la mujer (¿la homenajeada?), los otros monjes se reían tímidamente y las tres mujeres estaban sonrojadas. Y yo simplemente hacía novelas en mi cabeza de lo que estarían hablando (¿cómo van a hablar de esos temas tan personales con un monje? ¿Será que San Antonio no les funcionó? ¿Los monjes dan consejos sexuales?), hasta que decidí salir porque mi mente no paraba de “malpensar” (nuevo verbo que usan los de la generación de mis sobrinos).

Se acercaba la hora del atardecer, el cual es muy agradable verlo cerca al río, así que me fui dirigiendo hacia allá, parando en el camino a tomar una que otra foto. Al llegar allí encontré un río crecido (yo lo dejé pequeñito la última vez) por lo que estamos en época de lluvias, mucho más bonito que las otras veces en las que había estado allá. También me encontré con una construcción a lo largo del banco del río (de lo que sería o será El Malecón – como en Cúcuta), lo cual incomodaba el paso, pero eso no impedía que los comerciantes acomodaran sus puestos, carritos, estufas, mesas, sillas, esteras, cojines, bebidas, comida y demás implementos para atender a la clientela diaria que se acerca al río a esta hora. Trataban de aplanar la tierra lo mejor que podían y si era necesario ponían piedritas bajo las patas de las mesas o las sillas para nivelarlas. Caminaba a lo largo del lugar, tomando fotos, viendo un barco que prometía iniciar un crucero a las 6 de la tarde, pero que nunca partió, imagino que por la falta de clientes; y esperando a que el sol siguiera bajando (y me salió en verso sin hacer esfuerzo – será por una traducción de un programa para niños que estuve haciendo ayer-). Estaba cerca al barco, que era la mejor ubicación para ver el atardecer, cuando dos señores tailandeses se pararon cerca de mí a tomarse una foto, un hombre joven occidental se las tomaba. De repente uno de los señores, no sé exactamente cómo, me incluyó en el grupo y desde ese momento empecé a hacer varias de las cosas que mi santa madrecita me ha dicho que no haga:
No hable con extraños. No le reciba comida a nadie que no conozca. No se ponga a beber.
Seguimos caminando, el señor era de Udon Thani, una ciudad de Tailandia, como a una hora y media de la frontera, se llama Pairoj, me dio su tarjeta de Rotario y ahí entendí la amabilidad. Se paraba a hablar con todos los vendedores de comida (el Thai y el Lao oralmente son muy parecidos) y seguía “dirigiendo” el grupo, hasta que nos sentamos en una mesa a la orilla para comer algo y continuar viendo el atardecer. El otro Thai, era su amigo y venía de Bangkok, no estoy segura que hacía o si Pairoj me contó o no; lo que sí me contó era que el “joven” era alemán, también vivía en Bangkok y su papá era el dueño de la fabrica que construye los trenes para el subterráneo, el metro aéreo y la nueva línea que va al aeropuerto, siendo estas tres manejadas por diferentes empresas gubernamentales. El niño, bastante “hijo de papi” como diríamos en Colombia, lleva 11 años en Bangkok , pero casi no come comida tailandesa, ni siquiera por educación cuando está en la casa de su novia (que obviamente es tailandesa), estudia una maestría en alguna rama de la ingeniería civil que construye bases petroleras en el mar (¿?).

Estando en la mesa, Pairoj empezó a pedir cerveza Lao y diferentes platos de la cocina Laosiana, incluyendo uno muy famoso en Vietnam, Camboya y Filipinas, que no me había atrevido a probar, pero dado que me lo estaba ofreciendo una persona local, me pareció de mala educación no aceptarle. Si ahora a los huevos les agregan, no se cómo, Omega 3, Selenio y Vitamina E, al que yo me comí le agregaron Embrión de Pato (si no estoy mal, ahora venden ampolletas en Colombia y dicen que eso ayuda a rejuvenecer). Yo hice lo que hacía el local, lo abrí igualito, primero uno se toma un agua que le sale (¿o en los huevos de pato también se le llamaría líquido amniótico?), después se sigue pelando, no se veía muy provocativo pero ya estaba preparada sicológicamente para hacerlo. Luego se mete la cuchara y se toma un poco desde el fondo del huevo algo que parece la yema y parte del cuerpo, se unta en una salsa y a eso sabe: a yema con salsa picante (además con ese atardecer tan lindo al fondo, como que le daba un aire místico al huevo, o por lo menos eso me dije para sentirme mejor), no se siente ni el pico, ni las patas y todo me supo a yema. Uno fue suficiente aunque Pairoj me insistía que siguiera con el otro, yo creo que mi religión me prohíbe comer feticos, aunque no sé cual religión y si eso esté prohibido. En Malasia y Filipinas lo llaman Balut y en Thai no sé, porque acá está prohibido porque "tiene un bebé adentro", según me explicaba Pairoj. Luego ya comí pollo asado y costillitas de cerdo a la brasa y el resto de la comida transcurrió normalmente. El alemán no aceptó nada de la comida, entiendo que rechazara el huevito, pero el cerdo y el pollo… y no era vegetariano. Nos levantamos de la mesa como a las 8:30 después de que ellos habían hablado casi todo el tiempo de política en Thai, de vez en cuando uno de los tailandeses se compadecía y me traducía, el alemán ni siquiera hizo el esfuerzo. Me acompañaron hasta cerca al hotel y allá nos despedimos.

Al día siguiente me levanté tardecito, dejé todo listo, salí a desayunar, luego un rato a Internet y luego a recoger la maleta para ir a la embajada porque a la 1 me entregaban la visa. Generalmente me regreso en tren que sale de Nong Kai a las 6.30 pm, pero esta vez decidí aprovechar el tiempo y venirme en bus, así llegara acá a la madrugada. ¿Por qué lo hacía? Ni idea. Tal vez porque estoy leyendo “La vuelta al mundo en ochenta días” y Phileas Fogg se la pasa haciendo cuentas de las horas que gana o pierde en su recorrido. Salí de la embajada antes de las 2, pude negociar un Tuk-tuk por el precio que quería para llegar a la estación del bus, sólo que a mitad de camino se varó, me señaló el cablecito que sale del manubrio, se bajó, sacó herramientas de debajo del asiento y empezó a apretar el cable. Cuando terminó y arrancó, la moto estaba completamente acelerada, no entiendo cómo no salí a volar, si eso tiene un freno de mano o qué, el conductor sólo se río y me mostró un cable que le había quedado suelto y se bajó… sólo me podía imaginar que la motico arrancara sin chofer, no fue agradable y creo que le gritaba hasta en español que la apagara y como que es bilingüe porque entendió. Me bajé, “muchas gracias” y caminé otro tanto porque no lograba negociar con ningún otro. En la estación compré pasaje hasta Nong Kai a las 2:30 p.m., ya almorzaría en Nong Kai, finalmente había desayunado como a las 10 y me había tomado un jugo antes de ir a la embajada. El bus se detiene en la frontera con Laos, se sella la salida, se espera a que todos los pasajeros hagan el tramite, luego lo mismo al llegar a Tailandia, en esta frontera se demoró un poco más y yo miraba el reloj, ¿para qué? Ni idea. Llegué a la estación de Nong Kai y la oferta de buses ahí no es muy buena por ser una ciudad pequeña, el bus que salía a Bangkok en ese momento no se veía muy cómodo, así que tomé el que salía para Udon Thani, a una hora y media, con la seguridad que allá encontraría más buses por ser una ciudad más grande. El bus paraba en todas partes, yo miraba el reloj y finalmente llegó a la estación, fui a buscar cuál bus salía pronto y me informaron que los buses para Bangkok no salían de esa estación sino de la número 2. Salí a buscar Tuk-tuk y por ser extranjera me querían cobrar mucho (aunque no tenía idea dónde quedaba ni cuánto era mucho), así que salí caminando y empezó a llover. Después de “esperar bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro”, apareció un Tuk-tuk con el que logré negociar, muy amablemente secó el asiento y me llevó, al ver la distancia me di cuenta que el precio negociado era muy bajo, así que al bajarme le di más. Sentada en el tuk-tuk, mojándome un poco, toda la situación me daba risa porque no sabía por qué tenía prisa (me sigue quedando en verso sin hacer esfuerzo :-)) y sólo cantaba: “Una aventura… es más bonita… si no miramos el tiempo en el reloj…”. Al llegar a la estación vi que salía un bus que decía Bangkok que se veía relativamente cómodo, aunque a la larga no tanto, salía a las 6 p.m., compré el tiquete y me subí, olvidándome que necesitaba entrar al baño y que no había almorzado. Y de nuevo me preguntaba para qué tanta prisa, sin tener la respuesta. Llegué a las 4.30 a.m. a mi casita, después de haber hecho sólo una parada en el camino y me esperaba en el correo una traducción que tenía que confirmar ese día hora colombiana… así que para eso era la prisa, solo que yo no lo sabía, sí tuvo utilidad haber ganado horas como Phileas Fogg.

Y todo lo anterior por un simple trámite que tenía que hacer.

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15 abril 2009

El Tigre no es Como lo Pintan

Había una vez un monje budista llamado Phra Ajanh Phusit, el cual se encargaba de dirigir un Monasterio del Bosque llamado Wat Pa Luangta Bua Yannasampanno o más conocido como el Templo de los Tigres, ubicado en la provincia de Kanchanaburi en Tailandia. Cuenta la historia que un día algunos campesinos se dirigieron a este monasterio con un pequeño tigrillo, que había quedado abandonado cuando unos cazadores mataron a su madre. El monasterio poco a poco se fue convirtiendo en el hogar de diversos animales salvajes, se fue corriendo la voz y más tigres han seguido llegando, llevados por los campesinos, desde que llegó el primero. Desde esa época (finales del siglo XX) hasta nuestros días, los monjes de este monasterio viven en armonía con tigres y otros animales salvajes. Desde hace años, los tigres se han reproducido entre ellos. En algunas entrevistas Ajanh Phusit ha mencionado que el cree que los tigres son monjes reencarnados, en otras dijo que él tuvo un sueño-premonición, en el cual su amigo cercano moría y reencarnaba en un tigre y por eso es que él se encarga con tanta devoción de cuidar y preservar a estos animales.

Esta linda historia la he escuchado y leído en diversas ocasiones, lo cual me llevó a visitar dicho lugar varias veces durante el 2007 y lo visité de nuevo la semana pasada. Cada visita fue diferente y única, en especial esta última. He leído varios artículos y denuncias acerca de este templo y del trato que se le da a los tigres, pero nunca, hasta esta visita, pensé que fueran ciertas, me parecían simples especulaciones. Al entrar al “templo”, empecé a ver diferentes cambios y la construcción del nuevo proyecto (La Isla de los Tigres), del que será “el nuevo hogar para los tigres, en donde podrán correr y vivir libremente entre los árboles”, sólo que lo que se ve hasta el momento se parece más a algún parque temático, con madera falsa, posiblemente de pasta (o eso parece) y acabados de cueva; pero bueno, hasta el momento sólo es mi humilde opinión en cuanto a diseño, y no soy diseñadora, pero para mí se aleja cada vez más de ese espacio natural que quieren crear o de ese “monasterio del bosque” que dicen ser.

Llegamos a donde se encontraban los tigres y sus voluntarios, cerca de las jaulas, en donde iniciaría el descenso hacia el Cañón de los Tigres. En este lugar empezaron a dirigirnos y encerrarnos, como ganado, en una especie de corral, mientras que alguien nos comunicaba por un megáfono que era por nuestra seguridad, porque los tigres son peligrosos (todos sabemos que el tigre es un animal salvaje… pero no estaría tan segura del peligro de estos gatitos), lo cual tenía sentido para la mayoría de turistas que se encontraban en el lugar. Cerraron la puerta de “nuestro corral” y nos informaron que ahora los tigres iban hacia el cañón en donde podríamos ir a verlos y a tomarnos fotos con ellos. Que 5 tigres permanecerían cerca de nosotros para que tuviéramos la oportunidad, en grupos de 20 ó 30 personas, de tomarnos una foto caminando al lado del tigre; también nos pidieron que nunca nos ubicáramos frente al tigre, porque nos podía confundir con su comida, ni nos ubicáramos detrás porque nos podría confundir con mier… y tampoco querríamos eso. Y así fue, Paola y yo fuimos parte del primer grupo, gracias a la terquedad de no querernos mover al fondo del “corral”. Salimos, hicimos una fila como nos indicaron, el tigre con uno de los monjes adelante, todos nosotros en fila india atrás, los voluntarios venían y tomaban nuestras cámaras e íbamos pasando de uno en uno tocándole la parte baja del lomo al tigre mientras que muy hábilmente el voluntario nos tomaba fotos, ni se notaba, eso era como peluqueando locos. En menos de nada llegamos al cañón en donde estaban los demás tigres y por llegar en el primer grupo, pudimos sentarnos en la sombra a observar el resto del show.

Y al decir el resto del show, no me refiero a que hubiera un show como tal, simplemente que ese día, más que otros vi todo como un montaje que sólo busca satisfacer el deseo de los turistas de estar cerca de una criatura tan grande y peligrosa, ¿pero a costa de qué? El cañón no es muy grande, tiene un lago al fondo en donde los dejan jugar por un rato, antes de llevarlos a los lugares predeterminados, en donde los espera una cadena y un recipiente que en ocasiones llenan de agua. A algunos los acomodan en grandes rocas. Me fijé mucho en los tigres que ya estaban en el cañón, todos muy activos, en ese momento jugaban unos con otros. Los voluntarios se van acercando y los rocían con agua fría, ya que el calor es muy fuerte, mientras que ellos se revuelcan disfrutando la frescura del agua y se voltean en diversas posiciones, para asegurarse de que el pequeño chorro les llegue a todas partes del cuerpo. Algunos voluntarios pasan y los golpean en la cabeza, como golpeando a un amigo, pero mucho más fuerte y los tigres no reaccionan, como si estuvieran acostumbrados o les gustara. Algunos de ellos sí eran bastante dulces con los animalitos y se veía que no era un simple trabajo y los trataban con más cariño que el resto. Mientras que estábamos en esas observaciones nos indicaban que nos debíamos poner de pie porque venía otro tigre, con su respectivo grupo, y “nunca se le debe dar la espalda a un tigre”. El tigre entraba y lo llevaban a su lugar previamente asignado y nosotros nos sentábamos de nuevo, hicimos eso tres veces más hasta que todos los tigres estuvieron en sus lugares. Mientras nosotros observábamos y tomábamos fotos, nos iban indicando como sería “la función”. Si nos ubicábamos en la fila de la izquierda, un voluntario vendría y nos tomaría de la mano para llevarnos hasta los diferentes tigres, le entregábamos la cámara a otro voluntario que nos tomaría las fotos. Si no íbamos de la mano de los voluntarios, podría ser muy peligroso. Estas fotos eran totalmente gratis (lo que pagamos al entrar no era un tiquete, sino una donación). Adicionalmente a esta foto, si queríamos, podíamos hacer la fila de la derecha, en donde podríamos tomarnos una foto, junto a nuestros acompañantes si queríamos, sentados con la cabeza del tigre en nuestras piernas. Esta impresionante foto sería posible por una donación adicional de 1.000 THB (casi 30 USD). Esto nos lo repitió varias veces una tailandesa con muy buen inglés, pero por si las dudas, se acercó una australiana, que no sé si será voluntaria o tenga algo que ver con el manejo del lugar, para repetirlo, en caso de que no haya quedado claro. Además informó que si los niños querían ir a jugar con los tigrillos podían seguirla, por una donación adicional de 1.500 THB.

Mientras que llegaban los demás tigres tal vez pasaron 20 ó 30 minutos, no sabría con exactitud, el caso es que el nivel de actividad de los tigres en general va disminuyendo a medida que pasa el tiempo, hasta que quedan en un estado de siesta casi permanente que concuerda con el momento en el que la gente entra a tomarse las fotos. Esto puede ser porque han almorzado antes de que lleguen los turistas y están muy llenos (como nos explican) o por el calor, diría yo (a mi me da sueño si hay mucho calor)… o como han dicho las malas lenguas en diversas ocasiones, están bajo el efecto de alguna sustancia que les han administrado antes de iniciar el show. Esta última afirmación siempre me ha parecido bastante grave, ya que finalmente es un templo y son monjes los que se encargan de esta obra benéfica… imposible de creer. Pero ese día esa teoría no me pareció tan descabellada. No lo afirmo… pero como decían hace unos años en algún programa de TV: Dicen, yo no sé….

Observamos un rato a los demás turistas tomándose fotos. Los voluntarios los acomodan cerca de los tigres y les piden que los toquen. Para las fotos especiales, los tigres son movidos como muñecos de felpa, para lograr la pose adecuada en las fotos: Mueven la cabeza del tigre, sientan a la persona y luego le acomodan la cabeza en las piernas. O voltean al tigre para que la persona se pueda recostar o el niño se pueda sentar en su barriga. ¡Qué sueño tan pesado el de estos tigres!

Después de un rato decidimos ir por nuestra foto (no estaba de acuerdo con lo que veía… pero estando ahí no iba a perder la oportunidad de la foto… esas fotos generan muchos comentarios en Facebook  ). Hicimos la fila bajo el sol picante (el mismo sol que le produjo sueño a los mininos) y antes de llegar le preguntamos a la encargada si Paola y yo podíamos entrar al tiempo y así salir juntas en las fotos, nos explicó que no porque era peligroso; pero que si queríamos podíamos tomarnos la foto especial (la de la donación extra de 1.000 THB), en ese caso si podíamos entrar juntas. Lo que me pregunto es cómo saben los tigres quién dio la donación y quién no, o si los tigres de las fotos especiales son menos peligrosos que los de las fotos regulares. Más preguntas sin respuesta. Entré de la mano de una voluntaria que me acomodaba detrás o al lado de los diversos tigres y me decía que los tocara, mientras tanto la otra voluntaria tomaba las fotos desde diferentes ángulos con gran habilidad. Al final me sentaron al lado de un tigre hembra, me sentaron entre la cola y las piernas; no me pareció muy adecuado, pero ellas son las que saben, y, como con los otros, me pidió que la tocara, apenas puse mi mano en la parte superior de su pierna la gatita me pegó con su cola, el golpe no fue duró, pero me asusté (no estoy muy acostumbrada a que los tigres me peguen con la cola), la foto quedó mal, quisieron tomarla de nuevo, otra vez en posición, obteniendo la misma reacción de la gatita durmiente. Preferí no quedarme a probar que tan dormida estaba, no le gustó mi mano ahí y eso fue suficiente. Afortunadamente era el último tigre antes de salir. Cuando salió Paola decidimos que ya teníamos suficiente de tigres por ese día y salimos. Aquí encontrarán algunas fotos de esta visita y de algunas anteriores (FOTOS).
En esta ocasión el lugar si está definitivamente más organizado, pero no se si es esto lo que le quita un poco la naturalidad (si se le puede decir así) que tenía antes, ahora se ve más como un montaje.

En los diversos templos en Tailandia nos piden a los extranjeros, especialmente, que seamos un poco respetuosos en nuestra forma de vestir, refiriéndose principalmente a cubrir los hombros. Sólo en pocos templos son estrictos en cuanto al cumplimiento de esta medida, en la mayoría lo toleran porque respetan la diferencia cultural. Si bien es cierto que el Templo de los Tigres tiene nombre de templo y que hay monjes en él, los lugares a los que tiene acceso el turista no son ni cercanos a lo que es un templo budista, es decir, no hay pagodas, estupas o imágenes de Buda a la vista, ni mucho menos monjes meditando. Este lugar cada vez más se convierte en una atracción turística, alejándose más del nombre por el que es famoso. En mis visitas anteriores nunca se me pidió que tuviera los hombros cubiertos (se puede ver en mis fotos o en las miles de fotos que circulan en Internet de los muchos turistas que han visitado el lugar), en esta ocasión se exigía en el momento de comprar el tiquete de entrada (perdón, la donación, que también pasó de 350 THB a 500 THB – 10 a 15 dólares… tal vez es lo único que he visto que ha subido tanto los últimos años en Tailandia) que se llevaran los hombros cubiertos, para lo cual sugerían comprar alguna de las camisetas del templo, podía ser una camiseta sencilla con un estampado de una cara de tigre enorme por 300 THB (una camiseta similar se consigue por 99 THB) o una camiseta polo por 500 THB (199 THB en otros lugares), creo que ni una camiseta del Hard Rock Café cuesta eso. Pero al estar adentro, por el calor, muchos hombres se quitaban la camiseta y nadie decía nada, parece que la regla de cubrir los hombros sólo se aplicaba a la entrada. Nos preguntábamos si sólo era una estrategia de venta.

En las otras visitas que hice a este lugar me sentía un poco decepcionada al llegar al cañón y ver que los tigres están casi dormidos, pero la foto se veía bien. No escribí nada al respecto antes, porque desgraciadamente gran parte de las actividades turísticas son, en parte, montajes para el turista, para transmitirle un poco lo que puede ser la realidad de otro país o la realidad que se quiere mostrar. Y pues si es lo que el turista busca, no tiene nada de malo complacerlo. Pero esta visita me produjo bastante insatisfacción, por lo tanto decidí buscar más información antes de escribir algo al respecto. Encontré que Animal Planet ha hecho varios programas acerca de este lugar, mostrando la obra tan grande que allí se realiza (ver video), otros canales también lo han visitado (ver video) y algo similar trató de hacer Pirry cuando vino a Tailandia con la Expedición Coffee Delight (2007). Yo fui al “templo” semanas antes para coordinar la grabación del programa, hablé con el administrador del momento, nos informó que para la filmación se requería una donación de 50.000 THB y eso incluía trato especial para las fotos y poder entrevistar a los monjes y a las personas encargadas. El día que fuimos, Ajanh Phusit, que es el monje encargado, que aparece casi siempre en las fotos, se encontraba en el hospital, por lo tanto no había nadie autorizado en el lugar para conceder declaraciones. Al ver los programas, se ve que él es el único monje que aparece en las entrevistas, el único que cuenta la historia y al parecer, el único que se preocupa por que funcione el lugar. Como menciona en uno de los videos, a veces no tiene ni siquiera monjes que le ayuden, ya que los monjes llegan a este monasterio buscando lo que encuentran en los demás Monasterios del Bosque, un espacio para meditar y para conectarse con la naturaleza. Pero después de poco tiempo se van… la verdad, no soy monje, pero creo que yo haría lo mismo. Lo máximo que he estado meditando son 10 días y no es nada fácil. Imagino que el hecho de tener un show diario de 12m a 4pm, con cientos de turistas y muchos voluntarios, no ayuda mucho a alcanzar el nivel de meditación y práctica que buscan estos monjes al estar en un monasterio en el bosque.

En mi búsqueda de información también encontré varias denuncias y videos que muestran la imagen negativa que el lugar puede tener. Uno de los sitios web que inicialmente apoyaba este lugar, en este momento lo critica: realizaron un cálculo en el momento de la visita, con el número promedio de visitantes que se tenía en marzo de 2006 y los 300 THB que cobraban, se esperaba que el nuevo proyecto (la donación se destinaría para la construcción de La Isla de los Tigres, así los tigres no tendrían que permanecer en jaulas) estuviera listo en marzo del 2007, se preguntan por qué los tigres siguen aún en las jaulas y el proyecto no está terminado, si aumentó considerablemente el número de visitantes y ahora tienen más ingresos por las “donaciones” que obtienen por la foto y el incremento en el precio de la entrada. También denuncian que se obliga a los animales a posar para las fotos y que no los tratan de la mejor manera. La organización internacional Care for the Wild los acusa de tráfico de tigres por la frontera con Laos (o el paso sin los permisos adecuados), de mantener un número alto de tigres en cautiverio, de reproducción y cría de tigres, sin seguir un programa específico, global y controlado para la conservación de animales salvajes o sin un control de las subespecies resultantes al no conocerse el pedigrí de los padres.

En los siguientes vínculos encontrarán algunos videos:
http://www.youtube.com/watch?v=tCg0Lpwbt3w&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=tCg0Lpwbt3w&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=dpLFmE9LReA
http://www.youtube.com/watch?v=41izUzo25u4&feature=related

Y como yo ya tengo mis fotos, espero no tener que volver a ese lugar a menos que le cambien el nombre de “Templo de los Tigres” por “El zoológico de Kanchanaburi” y dejen de decir que el tiquete de entrada es una donación. Sé que no les haré falta porque día a día seguirán yendo cientos de turistas, pero me sentiré bien conmigo misma al no hacerlo.

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01 marzo 2009

Un Nuevo Comienzo

Cuando decidí regresar no imaginaba cómo me sentiría al llegar de nuevo. Mientras que estaba lejos me di cuenta que extrañaba mucho este lugar, al ver programas del Sureste Asiático (especialmente los de Anthony Bourdain, quien se convirtió en mi modelo –cuando grande quiero ser como él-), recordaba con alegría, y un poco de nostalgia, los lugares que ya conocía, comidas que ya había probado, pero sobre todo las cosas que me faltaban, lo que no conocí, lo que no probé, lo que no saboreé. Por eso aquí estoy de nuevo, lista para probar más cosas, para conocer más, para aprender más.Regresé llena de curiosidad por este mundo tan diferente (tan intenso, tan interesante para mí) y con muchas ganas de compartirlo con ustedes (al igual que antes, los que no estén interesados, pueden parar de leer en este momento, pero sé que con seguridad lo estarán ;-)).

El camino de regreso fue largo, saliendo de Bogotá triste por dejar a mi familia, pero llena de expectativas por lo que acababa de comenzar. Llegué a Madrid sin problemas, 10 horas de espera, viendo pasar gente en el aeropuerto, planeando, leyendo. Al tomar el siguiente vuelo, ya todo empezó a cambiar un poco: asientos más cómodos, con pantalla personal con muchas opciones de entretenimiento, azafatas muy amables y gente un poco diferente, físicamente, en el avión, se pasaron rápido esas seis horas que duró el vuelo hasta Doha, Qatar. Allí esperé 19 horas y desde que llegué empecé a apreciar lo diverso que es el mundo: en inmigración hice la fila detrás de 5 africanos negritos, muy negritos (café oscuro casi morado), con un olor intenso bastante diferente al nuestro, un olor que me resultó desagradable (y con seguridad el mío también les resultaría desagradable a ellos), los policías eran trigueños, la mayoría con bigote e inglés con pronunciación bastante fuerte (similar a la de los indios), mujeres con el pelo cubierto, algunas con burkah (túnica negra que sólo deja los ojos descubiertos), muchos indios, pocos orientales, muchos europeos; es decir, una gran variedad de colores, olores e imagino que de sabores. Todo eso ya generaba una gran sonrisa en mi cara y aún no había llegado. El aeropuerto de Doha no era tan grande, pero tenía suficiente espacio para pasear, diferentes zonas para sentarme y no aburrirme, Internet gratis y comida gratis: al tener una espera de más de 5 horas, Qatar Airways suministra a sus pasajeros vouchers para las comidas principales, comida de cantina, pero con esos sabores de oriente que tanto extrañaba (era comida árabe, pero los curries fuertes y picantes me recordaban los de India). No salí del aeropuerto, ya que al ser un país árabe, no me sentía muy cómoda saliendo sola siendo mujer (pensé en disfrazarme de hombre, pero tal vez no hubiera sido una muy buena idea y además noté que el bigote no lo llevaba en el equipaje de mano). El tiempo se pasó relativamente rápido, aunque no pude dormir porque las sillas eran muy incómodas.

Seis horas más y llegué al aeropuerto de Singapore, allí habría podido salir, es una ciudad muy fácil, pero ya he estado allí varias veces y estaba tan cansada que preferí esperar las 6 horas que faltaban en el aeropuerto y fue una muy buena decisión, ojala todos los aeropuertos fueran como ese. La gente muy amable, tenía zonas aisladas con sillas muy cómodas para descansar, televisores con pantalla gigante en dichas zonas, Internet gratis, todo tipo de comida y hasta algunas sillas con masajeador de pies, que me sentó de maravilla después de ese viaje. Que alegría regresar a Asia. Luego 2 horas más y ya estaba en Bangkok… fue como llegar a casa, todo fluye, todo es fácil. Llegué a la 1 de la mañana a la casa de mis amigas y dormí sólo 6 horas esa noche, para poder adaptarme al horario fácilmente. Al día siguiente no hice mucho, teniendo como única actividad del día un Masaje Tailandés: ¡terrible! Y no porque el masaje sea malo, es un masaje basado en estiramientos y presión, pero no sé que tenía en la espalda y en las piernas que fue supremamente doloroso. La persona que me hacía el masaje sentía la tensión en la espalda y presionaba más y más para tratar de remover los nudos, pero el dolor era muy fuerte que quería pedirle que parara.

Los días siguientes me he dedicado a comer todo lo que extrañaba, alguna comida picante que me sentía como una caricatura con la cara roja y con humo saliéndome de las orejas; esa mezcla de sabores dulce, ácido, salado y picante que es tan característico de la comida tailandesa, curries a base de leche de coco, mariscos, muchos mariscos. He probado pocas cosas nuevas, como una fruta que acabo de comer, roja por fuera y muy blanca por dentro, muy dulce y refrescante, podría ser una variedad de guayaba (lo digo por el sabor y las semillas… y el olor a guayaba), pero no estoy segura.

Son tantas y tan simples las cosas que extrañaba: tomar una moto-taxi para ir a alguna distancia corta (estos motociclistas usan coloridos chalecos, naranja, fucsia o verde, para identificarse de los demás y son una solución un poco arriesgada al terrible tráfico; no es el medio de transporte más seguro, pero de todas formas no hay nada seguro en esta vida), ver a los lindos (lindas) ladyboys en la calle, ver letreros de venta de películas porno en una zona comercial, tomar un barco para ir a algún lugar de la ciudad, monjes vestidos de naranja transportándose en dichos barcos; gran variedad de comida callejera, por todas partes, deliciosa y a precios absurdos; las servilletas pequeñas, ya que a los Thais les da asco limpiarse varias veces con la misma servilleta; la variedad de picantes y condimentos en las mesas de los restaurantes; el helado de coco con arroz que se compra por USD 0.20; los carritos con trozos de fruta ya pelada y lista para comer, mantenida en hielo y siempre cortada y servida de la misma forma, como si fuera un almacen en cadena con estándares establecidos; la dulzura de la piña, los colores poco convencionales de los taxis o buses, variedad de rosados, anaranjados, verdes o azules; los cieguitos cantando en la calle con su propio amplificador; la cantidad de cables de luz amontonados y enredados en las calles; las fotos del Rey y la gente en los parques parando sus actividades y quedandose "congelados" mientras suena el Himno Real. Hasta extrañaba ver a los viejitos occidentales con las Thais jovencitas (si este artículo se publicara en El Tiempo, me acabarían con los comentarios por haber dicho esto último). Aún no he visto los elefantitos en la calle con su luz en la cola, escena común en Bangkok, pero con seguridad los veré pronto.

Quizás suene un poco caótico y poco interesante para algunos de ustedes, pero son todas esas cosas las que han mantenido mi sonrisa casi permanente durante los últimos 10 días. Y con seguridad la sonrisa seguirá allí durante mucho tiempo más, finalmente estoy en La Tierra de Las Sonrisas. Algunas fotos.

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11 julio 2008

Últimos días en Bangkok

Al saber que me quedaban pocos días para disfrutar la ciudad, traté de hacer las cosas que me gustan y algunas que no me había atrevido a hacer:

Visité varias veces Chatuchak Weekend Market, perdiéndome y encontrándome en sus angostos callejones, viendo en un solo lugar cualquier tipo de mercancía que se pueda imaginar (todo tipo de mascotas, muebles y decoración, ropa, accesorios, libros, diversos artículos para el hogar, comida, artesanías, antigüedades, instrumentos, pedrería y amuletos, entre otros) y, aunque lo he visitado muchas veces, en las últimas ocasiones descubrí áreas que jamás había visitado. A medida que avanzaba el día, el calor y la gente empezaban a aumentar, decidí que ya es hora de marcharme, no sin antes comer Pad Thai y un jugo de sandía para recargar energías. Al salir, decidí caminar por el mercado de amuletos que se encuentra hacia el sur de Chatuchak y aunque no entiendo mucho acerca de éstos, compré algunos para regalar, a los cuales luego les creé el significado y función (todo está en la fe que se le otorgue).
Una última visita con algunos amigos a uno de mis restaurantes favoritos: Somboon, restaurante tailandés de comida de mar, muy popular entre los thais, lugar que no se caracteriza por su elegancia, decoración, manteles o presentación de la comida, pero sí por la frescura de los ingredientes, el delicioso sabor de la comida y la rapidez en el servicio (aunque ese no fue nuestro caso, ya que nuestro pedido desapareció misteriosamente para luego reaparecer 40 minutos después). Sabiendo que en mucho tiempo no disfrutaría de una comida así, pedimos Curry de Cangrejo, pescado a la brasa, Morning Glory (un vegetal que sólo he visto en Tailandia), Espárragos con mejillones en salsa de ostra, Pollo con anacardos (cashewnuts) y arroz, menú acompañado de mucha cerveza Singha y como postre Mango & Sticky rice. Un menú que puede ser bastante común en Tailandia, pero que al saber que no lo tendría por mucho tiempo, lo disfruté de forma especial.

Unos días antes de irme, me regalaron mi propia casita de espíritus (Sam Phra Pum), de la cual estaba muy antojada. No pude conseguir los bailarines de ese tamaño, ni otros habitantes, aunque tal vez fue lo mejor, ya que al “habitar la casa”, debía comprometerme a cuidar, poner flores frescas, agua e incienso cada día a los espíritus, una gran responsabilidad. Y si mis plantas se estaban muriendo por falta de cuidados, no estoy segura si pueda proveer los cuidados necesarios a los espíritus para que protejan mi casa y para que estén contentos. Además, ¿qué tal que esos espíritus thais no se lleven bien con los espíritus colombianos? ¿O que los de acá se aburran con las danzas Thais y prefieran un vallenato o un merengue? Mejor evitar conflictos culturales y dejarla sólo de adorno.

Hice algunas compras diciendo adiós a MBK, me despedí de Bangkok mientras disfrutaba de un Mojito en Sirocco, en el piso 64 de The State Tower. Tome un masaje tailandés de dos horas en Wat Pho en Sukhumvit, que quizás por el estrés del viaje me dejó más adolorida que relajada. Tomé Chai, ese té con leche anaranjado, en bolsa plástica y con pitillo y comí muchas piñas dulcesitas en la calle. A última hora quería comprarlo todo. Cosas que nunca me interesaron, de repente, al saber que me iba, quería comprarlas, pero por limitaciones de equipaje no lo pude hacer.

Desde que decidí irme de Tailandia, todo lo veía con otros ojos, apreciando un poco más las cosas cotidianas: las sonrisas de la gente (digan lo que digan de su autenticidad), el desordenado cableado de las calles, los Katoeis (como los extraño) con su fuerte personalidad, las estrechas sois de Sukhumvit, los moto-taxis, los taxis de colores fuertes con su variada decoración en el techo, el elefantito en la calle, el cuál quería absorber con la mirada y traté de grabar su textura con un último toque; el alivio que se siente al entrar al BTS al venir de una larga caminata, los perritos callejeros y hasta los viejitos con las jovencitas y los viejitos con los jovencitos. Observé muchas veces cada una de las fotos del Rey, al cual extrañaré profundamente.

Y para cerrar con broche de oro, tuve una sesión de “drinks” en Coyote de Sukhumvit, disfrutando de varios Margaritas preparados con ron en lugar de tequila (para disminuir la resaca), mientras disfrutaba de una velada con algunos de mis amigos más cercanos. Cuando los tragos empezaron a subirse a la cabeza, nos dirigimos a Soi Cowboy a hacer una de las cosas que no me había atrevido a hacer en todo este tiempo (aunque se sentía incómodo el uniforme de universitaria y todos los hombres mirando desde abajo a través del vidrio mientras bailaba).

En realidad, el objetivo de esta visita era probar todos los insectos y bichos que encontrara (fritos). Antes de llegar al carrito de insectos, nos encontramos con algo que al enterarme de su existencia dije que nunca probaría: los dancing shrimps. Pero como estaba bastante desinhibida, mi amiga mexicana (Jenny) y yo decidimos compartir una porción de este delicioso manjar. La vendedora preparó una ensalada bastante picante al mejor estilo del norte de Tailandia, para luego pescar con una pequeña red el ingrediente principal. Agregó los camaroncitos vivos a la bolsa con la ensalada, mezcló los ingredientes y nos la entregó junto con dos cucharas. Al ver los camarones saltar mientras nos los llevábamos a la boca entendimos el porqué del nombre, pero ya en la boca no siguieron bailando tanto (no escucharían la música). Nos comimos todo el contenido de la bolsa mientras las “niñas” de los bares del frente disfrutaban viendo a este par de farangs comiendo lo que tal vez ellas ni se atreverían. Al terminar nuestra ensalada y acariciar al elefante que pasó por nuestro lado, continuamos hasta el carrito de insectos, seleccionamos un par de cada especie, les agregaron salsa de pescado y continuamos hacia uno de los bares en donde ordenamos cerveza fría para acompañar nuestro manjar. La cucaracha de agua (no sé el nombre pero se ve como cucaracha) se ve más asquerosa de lo que sabe, no tuve problema para digerirla. El gusano de seda sí es bastante desagradable, ya que al morderlo se siente como una contextura de queso crema y el sabor es un poco amargo. Los demás insectos y bichos (cucarrón -beattle-, ranita, hormigas, abejas -o algo similar de color verde-, grillo y grillito) eran simplemente crocantes y salados y no tenían ningún tipo de sabor desagradable. La verdad, me alegra haberlo hecho. Mientras terminaba mi cerveza disfruté una vez más de los contrastes de esta callecita y en general de la ciudad que siempre tendré en mi corazón. Fotos
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15 julio 2007

Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte II

Continuación de Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte I

Día 2

Nos levantamos a las 5:45 am, porque a las 6 pasaban los monjes por el frente de la casa. Los monjes budistas pasan cada día recogiendo comida, la gente los alimenta en forma de ofrenda (es una forma de generar buen karma). Llegaron caminando cuatro monjecitos de diferentes edades, kob depositó la comida, empacada por su mamá en bolsas plásticas, en cada uno de sus recipientes. Luego se arrodilló y recibió las bendiciones que los monjes al unísono le daban, para luego continuar su camino.

El objetivo principal de este viaje era visitar la Aldea de las Cobras, Ban Khok Sanga, a 50 Kms de Khon Kaen, para esto debíamos alquilar un carro, al igual que el grupo que vendrá, por eso decidimos alquilar la misma minivan que ellos usarán. El día anterior Kob me preguntó muy tímidamente si su familia podía venir (aunque estoy casi segura que el paseo ya estaba armado).

Salimos a las 9 am de la casa de Kob y casi a las 10 de Khon Kaen, después de hacer algunas paradas recogiendo varios miembros de la familia. Ban Khok Sanga, es conocida como la Aldea de las Cobras, debido a que sus habitantes viven del turismo generado por su relación con las cobras. Muchos de sus habitantes hacen algún tipo de espectáculo relacionado con estas serpientes, siendo el más famoso el de los snake fighters o los luchadores de serpientes (peleas con cobras).

Al acercarnos al pueblo, unos niños niños nos entregaron volantes con las indicaciones para llegar a uno de los lugares en donde presentan este tipo de espectáculos. Al llegar, empezó la música y una mujer hablando por micrófono, anunciando lo que se presentaría a continuación y luego describiendo lo que iba pasando en el escenario (eso parecía porque todo era en tailandés). Primero salieron tres niñas, de aproximadamente 8 ó 10 años bailando música típica tailandesa, uniformadas con una camiseta roja y una falda negra. Mientras tanto, tres niños en la parte trasera del escenario abrían tres cajas para sacar una serpiente de cada una de las cajas, de aproximadamente un metro cada una y unos 15 cms de diámetro. Colocaron las serpientes en el cuello de las niñas y éstas continuaron bailando, agarrando el cuello de la serpiente (aunque no creo que tengan cuello, me refiero a la parte cercana a la cabeza) moviéndolo en diferentes direcciones al ritmo de su baile, para luego introducir las cabezas de las serpientes en cada una de sus pequeñas bocas. Con esto terminaba el primer espectáculo, el público aplaudía (el cual estaba formado por la familia de Kob, 9 personas aproximadamente, y otras 5 ó 6 personas) y las niñas pasaban recogiendo donaciones.

La música empezaba de nuevo y los niños que anteriormente sacaban las serpientes, en este momento eran la parte central del escenario, iniciando la pelea con las cobras, que consiste en provocar a la serpiente tocándola en diferentes partes de su cuerpo, para que ésta trate de atacar, por lo general fallidamente, dados los rápidos movimientos del pequeño contrincante. A todas las serpientes que participan en este espectáculo se les saca el veneno cada día, de todas formas siguen produciendo permanentemente pequeñas cantidades de veneno, y una pequeña mordedura puede ser mortal. Después continúan el mismo espectáculo hombres de mediana edad, con cobras más grandes, pareciendo dichas peleas más peligrosas, peligro que se ve en el escenario y se intensifica con la voz de la comentarista y el miedo del público. El espectáculo finalizó con hombres mayores, el más viejo, de unos 55 años, nos mostraría orgullosamente su mano derecha a la que le faltaban 3 dedos, que perdió hace muchos años en uno de estos combates. Hicieron el mismo show que las niñas, bailando con las culebras y metiéndose la cabeza de éstas en la boca. El hombre mayor, continuando el baile, procedió a meter la cabeza de la gigantezca serpiente dentro de sus pantalones.

Al terminar el show, tomaron a la serpiente más grande y pidieron que pasara alguien del público y por petición general el turno fue para la única farang del lugar. Pasé al escenario y me pusieron la pesada serpiente en los hombros, la cual fue acomodando su cuerpo junto al mío y delicadamente enrollando su cola en mi pierna derecha, mientrás yo sostenía su cabeza con la mano derecha (y ahora que lo pienso: ¡Qué asco! Y no lo digo por la serpiente, sino porque esa cabeza hace unos momentos estaba en los pantalones del viejito, probablemente tocando su inerte serpiente), duré un momento en la misma posición, posando para las respectivas fotos, una de ellas tomada por el campeón con su antigua Pollaroid, el cual no paraba de sonreir mostrando su boca con muy pocos dientes. Al lado del escenario, vimos a los niños dejando las serpientes en libertad en un estanque con agua, por un corto periodo de tiempo, tal vez para que se refrescaran, y luego atraparlas y ponerlas en sus respectivas cajas, todo formando parte de un juego infantil.

Después de hablar un rato con el campeón, el cual me contaría que yo era la primera colombiana que visitaba el lugar y hablaba de sus numerosas peleas, nos despedimos y nos dirigimos hacia otro lugar, con el mismo espectáculo. El escenario era un poco más elaborado, el audio era de mejor calidad y tenía más público (40 personas aproximadamente). El espectáculo era igual, excepto por los uniformes de los luchadores, los cuales eran de mejor calidad y más nuevos que los primeros. Había varios letreros que decían: “Peligro, no intente hacer este espectáculo usted solo” (si no es por eso, lo hubiera intentado en casa). Pasé más tiempo mirando los alrededores del escenario, en donde habían varios monos y un oso negro grande y sediento, cuyas jaulas eran muy pequeñas para su tamaño.

Ya estaba satisfecha por haber visto lo que tenía que ver, así que procedimos a regresar a la ciudad, después de detenernos en un parque a almorzar. En la noche, cuando llego la hora de irnos y empezaron las despedidas, la tpia saco algunos hilos que venían del templo y los entregó a algunos de los miembros de la familia para luego amarrarlos en mi muñeca derecha, bendiciéndome mientras lo anudaban. Y este ha sido uno de los mejores y más tailandeses fines de semana que he pasado desde que llegué a este país. Fotos relacionadas.
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Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte I

A finales de Junio viajé a Khon Kaen, una ciudad en el nororiente de Tailandia. Debía ir a inspeccionar varios lugares de la zona para un programa que estoy preparando para un grupo que viene en septiembre, pero además iba invitada por Kob, una de mis compañeras de oficina, que es de esa ciudad y ese fin de semana era el aniversario de la muerte de su abuela.

Día 1

Llegamos a las 6:30 de la mañana después de un recorrido de casi siete horas en bus, en las cuales fue casi imposible dormir. Al llegar a la casa, a través de una calle pequeña, llena de barro porque estaban cambiando tuberías, entramos por la puerta de la cocina, en donde estaban reunidos varios miembros de la familia, bastante atareados, preparando comida. Para esta celebración, la familia le ofrecería un almuerzo a los monjes del templo en donde se encuentran las cenizas de la abuelita.Fui presentada a la mamá, Sim, y a la tía (la dueña de la casa en la que estábamos), Laa, que se encontraban al lado de la estufa y el lavaplatos, respectivamente, y después a los demás miembros de la familia que se encontraban en el suelo: el tío político (esposo de otra tía que no se encontraba en el lugar), Apple; otra tía y dos primas (no recuerdo los nombres). Los que estaban en el suelo estaban limpiando y escogiendo hojas, cortanto tuberculos y alistando muchos ingredientes que nunca había visto, Apple estaba limpiando y cortando la carne (hasta dejarla más pequeña que si fuera molida); mientrás Sim y Laa iban preparando los alimentos en ollas gigantes. Parecía comida para un batallón, lo que tuvo sentido cuando me dijeron que no era únicamente para los veinte monjes que vivían en el monasterio, sino también para los cien huerfanos, entre los cinco y quince años, que viven con ellos. Desde que llegamos nos sentamos a ayudar, como no entendía nada de lo que decían, simplemente me limité a imitar lo que hacían y tratar de colaborar en lo que pudiera, pelé y corté melones para el postre y escogí hojas, no sé para cual de las preparaciones que probaría ese día.

Escuchaba en el fondo música tailandesa (me imagino que sería el equivalente de un vallenato en mi país) y la animada charla de la familia (o varias charlas al tiempo, muy al estilo latino), de la cual no entendía nada, excepto cuando hablaban de números o decían “farang”, que significa extranjero occidental, osea yo, lo que dijeron muchísimas veces a lo largo de la conversación. De todas formas parecía normal para ellos que la farang estuviera sentada ayudando como parte de la familia o si estaban extrañados, no lo noté. Pensé en ese momento que si esa situación estuviera pasando en mi casa, hubiera habido algo de resistencia para que “la visita” estuviera ayudando y mi mamá hubiera dicho: “No mijita, siéntese aquí tranquila. ¿Qué le ofrezco? Rubby, sírvale un tinto a su amiga”. A pesar de estar en un ambiente extraño, sin entender una palabra de lo que decían y en esta situación tan íntima para la familia, sin ser yo parte de ésta, no me sentí para nada incómoda, es más, me sentí bienvenida y acogida y así estuvieran hablando de mí, no se percibía que estuvieran diciendo nada malo.

La cocina se fue llenando poco a poco de más tías, primos y vecinos y el que llegaba, empezaba a ayudar en algo. Antes de las 11:00 am debíamos estar en el templo, ya que esa es la hora en la que almuerzan los monjecitos. Al llegar, empezaron a acomodar las esteras en dos espacios cubiertos, una señora que no había visto en la casa ayudaba a servir, otros pasábamos la comida y otros la iban organizando en el centro de las esteras, a lo largo de todo el espacio, para que todo estuviera listo cuando salieran los monjes y compañía.

De pronto empezaron a aparecer tímidamente algunos niños, vestidos en hábitos (en realidad no son hábitos como los conocemos nosotros, sino tela enrrollada) anaranjados, apareciendo detrás de ellos el resto del “batallón”, en absoluto silencio, con la tranquilidad y seriedad que caracteriza a los monjes en Tailandia. Se fueron acomodando en las esteras, distribuyéndose en los dos espacios, frente a la comida. Cuando uno de los monjes habló, los demás giraron, quedando de frente a la familia, la cual estaba sentada (o medio arrodillada, similar a la posición de la Sirenita de Copenhagen) a un costado del lugar. Una de las tías me llevó hasta allí y resulté sentada frente a ellos, como parte de la familia, pero sin saber qué hacer, me limité, de nuevo, a imitar lo que hacía el resto. Uno de los monjes pedía por el alma de la abuela, por el bienestar de la familia, bendiciéndolos, segido por las bendiciones de los demás monjes en coro (eso me lo explicaría Kob después). Luego cada miembro de la familia tenía un plato con alguno de los alimentos, repitieron algo, lo pusieron al frente e inclinaban la cabeza hasta tocar el piso con la frente, y las manos juntas, en posición de “Amén”, se separaban para tocar el piso al mismo tiempo que la frente, haciéndo eso tres veces seguidas (ya lo había visto en otros templos).
Así terminó la ofrenda, los monjes y los niños empezaron a comer y nosotros nos retiramos, esperando a que terminaran, para después limpiar el lugar.

Después de comerme dos platos grandes de un delicioso postre hecho con diferentes tipos de gelatina, melón, coco y leche de coco (excusa perfecta para no comer el resto de comida que estaba picantísima) , Kob y yo decidimos iniciar el recorrido de la ciudad. Visitamos la pagoda de nueve pisos, la cual se encontraba al frente del templo en el que estábamos. Desde el piso noveno, se puede apreciar toda la ciudad y al llegar a este piso, lo primero que se encuentra es un altar pequeño con un recipiente transparente que contiene parte de los huesos de Buda, sólo se pueden ver diminutos pedazos de hueso (algo similar a la arena gruesa de algunas playas). Los huesos de Buda se encuentran distribuídos en numerosos templos en India y Tailandia, lo que me lleva a preguntarme si “Lord Buddha” era muy grande o si con sus huesos sucedió algo similar a la “multiplicación de los peces”.

En la tarde visitamos el mercado, lugar que siempre me sorprende en cualquier ciudad. En este caso encontré, al lado de los pescados (que sin duda estaban frescos: aún respiraban), lindas ranas, peladas y acostadas boca arriba, de más o menos 20 cms., algunas aún respiraban. Mientras tomaba fotos, me transporte a muchos años atrás (bueno, ni tantos) al salón de mi colegio, no recuerdo en qué año fue, en donde realizamos la disección de ranas y palomas, sólo que las ranas de ese entonces eran más pequeñas y no planeábamos comérnolas, lo cual sería el destino de las que veía en ese momento.

Más adelante encontramos una de las cosas que estaba buscando: insectos fritos, “delikatesen” tailandesa. Esta vendedora sólo tenía dos o tres tipos de insectos, algunos en pasta (pasta de insecto, muy nutritiva). No eran suficientes, necesitaba encontrar mayor cantidad y variedad de este exquisito alimento, así que continuamos recorriendo ese mercado y pasamos a otro, no muy lejos de allí. Encontramos un local con muchos insectos bastante frescos (los acababan de fritar), en el mostrario había larvas, algo similar a cucarachas, pero más planas y saltamontes de diferentes tamaños. La vendedora no resultó muy amable y no me dejó tomar muchas fotos, renegó por un buen rato y Kob no me quiso traducir lo que ella dijo (imagino que sería algo como: “Estos farang que vienen a criticar nuestras costumbres alimenticias, no voy a dejar que se burlen de este alimento tan nutritivo”), pero la dejo de mal humor por un buen rato. Afortunadamente al día siguiente encontré otro lugar con mayor variedad de insectos y los dueños de éste muy simpáticos y sonrientes (características tailandesas) nos mostraron orgullosos los productos ofrecidos: saltamontes, hormigas verdes, larvas, lombrices, cucarrones negros. Las hormigas sabían un poco diferente a nuestras hormigas culonas, producto de Santander (Colombia), menos crugientes y no tan saladas; las lombrices no sabían tan mal, aunque dejaban un sabor agrio al final. Los saltamontes ya los había probado en otra ocasión tampoco saben mal y las larvas no las quise probar (no tengo muy buenas referencias al respecto). Si quieren antojarse, vean las fotos.

Al llegar a la casa al final de la tarde nos reunimos con el resto de la familia en el lugar más acogedor: la cocina. No sólo estaban preparando la comida de esa noche, sino parte de la comida que la tía vendería al día siguiente, en un pequeño local móvil en la avenida más cercana. Ayudé a preparar uno de los postres, cuya base es leche de coco dulce, con unas bolitas de colores flotando en esta. Esas bolitas se hacen con tubérculos cocinados y harina, hasta formar una masa con la consistencia de plastilina, de donde se hacen dichas bolitas, bastante divertido. Al día siguiente lo probé y resultó siendo un postre delicioso (tal vez por lo que no me había bañado las manos antes de amasar).

Llegó la hora de la comida (cena), nos sentamos en esteras que Kob había organizado con anterioridad. El tío trajo un valde grueso metálico, que contenía carbones ardiendo, encima colocaron una especie de olla – sartén, para hacer asado (bbq), en donde colocaron pedazos de carne de cerdo con piel (chicharrón) y pollo. Las carnes las roceaban con una caldo de vegetales, al caldo que quedaba en el borde de la olla le agregaban vegetales, champiñones y noodles (pasta). El picante estaba aparte y lo agregaba cada uno a su gusto, lo que resultó una opción perfecta para mí y con seguridad ellos escogieron esta comida pensando en lo mismo. Fotos relacionadas.
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26 junio 2007

Camboya: una mezcla de sentimientos

Desde hace tiempo quería visitar Camboya y aunque es uno de los destinos con los que trabajo, no se había presentado la oportunidad para ir. En abril pasado fui de vacaciones por unos días con Adriana (vieja amiga de Colombia, que vino a Tailandia por unas semanas), quién también quería visitar el lugar.

Llegamos a Phnom Penh, capital de Camboya, un sábado en la mañana. Iniciamos nuestro recorrido con una visita al Palacio Real, el cual está conformado por diferentes edificaciones, templos, pagodas y muchos jardines. Un lugar bastante tranquilo, similar en su estructura al complejo del Palacio Real y Templo Dorado en Bangkok, pero no tan imponente.

Después fuimos al Museo del Genocidio el cuál me causó bastante impresión. No soy muy amante de la historia y, aunque sabía que Camboya tiene una historia violenta bastante reciente, no sabía los detalles (no es que ahora los sepa todos). Entramos a aquel lugar, que hace algunas décadas era una escuela secundaria y que luego sería una prisión gracias al Khmer Rojo (Khemer Rouge, conocido también como el Régimen Democrático Kampuchea –DK-). S-21 (el código de esta “oficina de seguridad”) fue convertida en prisión en Mayo de 1976, siendo uno de los órganos más secretos del régimen KR, diseñada especialmente para interrogar y exterminar a los elementos que se oponían a dicho régimen.

Al entrar vimos la escuela, una edificación sencilla de tres pisos y en su patio había vallas en donde se relataba la historia del lugar. Empezamos a recorrer los salones en donde sólo había varios objetos viejos: en el primero había una cama metálica en la mitad, algunas cadenas en el piso y una caja de metal y otros artículos del mismo material; esto no me decía nada hasta que ví la foto que mostraba el lugar en aquella época, en donde se veía uno de los prisioneros sangrando encadenado a la cama, la caja de metal era en donde defecaba, según leería después. En cada uno de los salones, convertidos en celdas encontraríamos diferentes objetos metálicos, varas en donde amarraban a los prisioneros, cadenas, sillas y en general, objetos que eran utilizados para las más crueles y sangrientas torturas; fuera de cada salón se podía ver la foto que reflejaba lo que ocurría allí en ese entonces.

En el patio aún se encontraba una estructura de una horca, que era utilizada para amarrar a los prisioneros y colgarlos de los pies hasta quedar inconscientes, para luego sumergir sus cabezas en agua sucia y olorosa, que normalmente usaban para sus cultivos. Al hacer esto, los prisioneros recuperaban la conciencia y se podía proseguir con el proceso de interrogación.

Algunos archivos encontrados en el lugar indican que el total de prisioneros que entraron y salieron es alrededor de 10,500, sin incluir el número de niños asesinados por el régimen, que se estima en 2000.

Les presento aquí la traducción de algunos fragmentos de la historia tomados de la información proporcionada en el museo:

“Algunos de los salones eran utilizados para interrogaciones, en donde en múltiples ocasiones si las acusadas eran mujeres, aparte de ser interrogadas, también eran violadas”.

“En esta unidad, habia una sub-unidad formada por mujeres y niños entre 10 y 15 años. Estos niños eran seleccionados y entrenados por el régimen para trabajar como guardias de la prisión”.

“Las víctimas de la prisión fueron traidas de diferentes partes del país y de diferentes caminos de vida. Eran de muchas nacionalidades incluídos vietnamitas, laosianos, tailandeses, indios, ingleses, americanos, canadienses, neozelandeces y australianos, pero la gran mayoría eran camboyanos. Los prisioneros civiles eran trabajadores, granjeros, ingenieros, técnicos, intelectuales, profesores, estudiantes y hasta ministros y diplomáticos. Además, familias completas de prisioneros, incluyendo los recien nacidos, fueron llevados allí para ser exterminados en masa”.

En los salones del tercer piso se encontraban muchas fotografías: inicialmente encontrabamos fotos individuales de las caras de cada una de las víctimas asesinadas o desaparecidas durante esa época: hombres y mujeres de todas las edades e incluso muchos niños y niñas. Fotos que habían sido tomadas en el momento de la captura o durante ésta, ya que el Khmer Rouge guardaba el registro detallado de cada uno de los detenidos.

Luego había fotos de un lugar a 15 kms de Phnom Penh (al que no alcanzamos a ir y, después de haber visto esto, no sé si hubiera querido ir), Los Campos de Asesinatos de Choeung Ek, a donde llevaban a la mayoría de prisioneros detenidos y torturados en S-21, para asesinarlos en masa. En 1980 muchas de las 129 fosas comunes, fueron exhumadas, dejando 43 intactas. Allí se encuentran fragmentos de huesos y más de 8.000 craneos, organizados por sexo y edad, que aún se pueden ver.

En otro salón se encontraban varias historias de algunas de las víctimas contadas por alguno de sus familiares: datos de su niñez, de su familia y cómo y porqué fueron acusados y detenidos.

La emoción que nos llenaba por el hecho de estar en un lugar nuevo, había ido desapareciendo poco a poco siendo reemplazada por una mezcla de pesar, tristeza, asco, dolor, impotencia, desprecio. Muchas de las escenas me producían escalofrío y en las caras de los demás visitantes se veía el mismo sentimiento de malestar.

Terminamos la visita bastante deprimidas al los límites de la maldad que puede haber en nuestro mundo.

Estoy segura que durante todos estos años de conflicto en Colombia han habido muchísimos crímenes igualmente atroces o tal vez peores, pero hasta el momento no son de conocimiento público. Tal vez cuando hayamos superado esta etapa tendremos un museo similar para recordar hasta dónde puede llegar la maldad humana.
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Vietnam y Yo, segunda parte

Continuación de Vietnam y yo

Al día siguiente viajé a Ho Chi Min (Saigón), en un vuelo de más o menos una hora. Al llegar me estaba esperando Huong, que estaba encargada de recibirme, llevarme al hotel y coordinar las entrevistas. Era su primer día de trabajo, muy tímida y nerviosa, por su apariencia de alguna forma me recordó a “Betty La Fea” (no estoy diciendo que fuera fea, me refiero a la actitud y a las gafas), aunque no tan lista. Llegamos al hotel, el Liberty 4 e inmediatamente supe que mis días de VIP habían terminado, pase de 5 estrellas a 3, aunque parecía de 2. El cuarto que me asignaron era basante oscuro, sin tina, sin vista bonita, tan diferente al de la noche anterior; similar al que tendría si yo fuera la que lo estuviera pagando. Dicen que lo que sube como palma, cae como coco, ¿a eso se referiría el que lo dijo?

Pero bueno, nada que hacer. Decidí tener allí tendría el resto de mis entrevistasy así poder trabajar un poco entre una entrevista y otra; nunca habían entrado tantos hombres a mi cuarto, uno a uno, en un mismo día; los del hotel quedarían impresionados.

Como dije anteriormente, aparte de hacer entrevistas, estaría inspeccionando restaurantes. Huong dijo que me llevaría a comer (cenar) en un bote por el río Saigón, imaginé que era el Bonsai, que es el que ofrecemos a nuestros clientes. Al llegar al puerto me di cuenta que no, no era ni parecido, no era un barco turístico, sino un barco bastante local. Y eso no tiene nada de malo, sólo que no era lo que esperaba y estaba muy cansada de todo el viaje y quería un poco de lujo en lugar de la experiencia cultural que tendría (sé que sueno terrible, pero estoy siendo sincera). Subimos a bordo del My Canh River Cruise, decorado por dentro y por fuera con luces de neon y otras que quieren ser luces de neon cuando crezcan: unas mangueritas de colores con luces por dentro. Y luces navideñas, muchas luces navideñas. Sillas y mesas de cafetería, las últimas cubiertas con mantel de plástico y decoración china colgando de diferentes partes del barco.

La velada estaba amenizada por cantantes vietnamitas, cantando en vietnamita, baladas vietnamitas, a las que el resto del barco les hacía el coro. Una señora que quería ser cantante a los 20 años y, finalmente, 25 años después le dieron la oportunidad y lo hacía con mucho entusiasmo; seguida por otra cantante más jóven, tal vez su hija, muy bien alimentada, vistiendo una minifalda de jean ajustada y decorada con lentejuelas. Había una familia grande celebrando un cumpleaños o un aniversario, todos con la pinta dominguera. Estando en un país tan diferente y sin entender el idioma, encontré muchas similitudes con una fiesta familiar en mi país (no necesariamente una fiesta de mi familia): se veía el tío borracho cantando todas las canciones y abrazando al que se le acercara; el primo borracho que no para de bailar y la sobrina linda que se pavoneaba por todas las mesas sonriendo. Las abuelitas con sus hermanas y como tres o cuatro generaciones ocupaban dos mesas grandes: “Muy rica la niña, muy lindo el ponqué (pastel, bizcocho, torta)”.

La comida no estaba tan rica y lo peor es que tuve que pagar (en los ultimos dias se me habia olvidado lo que era eso). Bonita la experiencia de estar paseando mientras cenabamos por el río Saigón, pero sentía que sería más bonita desde el barco grande que pasaba por el lado, en donde los meseros estaban vestidos de marinos, las mesas tenían mantel de tela y copas de vino, aunque, muy seguramente, la experiencia no sería tan vietnamita como la que yo estaba experimentando. Estaba anonadada con lo que estaba viviendo, al ver que no era lo que esperaba y mientras tanto Huong tratando de hacer conversación, con un inglés muy básico, yo no me encontraba en mi mejor momento, mi botón de la simpatía lo tenia apagado; así que no lo logró. Hubo un momento en el que la vi triste y trate de hablar, pero tampoco era mucho lo que se pudiera decir. Fue la hora más eterna que tuve en esos días.

Generalmente hubiera disfrutado mucho más una experiencia así, pero tenía una mezcla de sentimientos: por un lado fue divertido estar en una celebración popular vietnamita, pero por otro lado, tenía mucha frustración porque no pude llevar a cabo todo lo que debía hacer, gracias a la falta de planeación de mi oficina en Vietnam durante todo el viaje y terminando con este día. Finalmente Huong no pasó de su primer día de trabajo y no por su timidez o porque sus esfuerzos no fueron valorados, simplemente no tenía suficiente experiencia para ser nuestra representante en el sur. Me sentí mal por eso, pero así son los negocios.
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29 mayo 2007

Vietnam y yo

Este año he ido dos veces a Vietnam, una por trabajo (es decir, me tocó) y otra de vacaciones (la única que va al lugar de trabajo cuando tiene libre). Y cada vez que voy descubro cosas nuevas, no siempre tan buenas. O no sé, pero Vietnam cada vez más me genera algunos sentimientos similares a los que me producía India.

El primer viaje de este año fue para entrevistar guías turísticos de habla hispana. Contrario a lo que se puede pensar, hay muchos vietnamitas hablando español; dado que el país es comunista, desde hace muchos años tiene un acuerdo con Cuba y el tío Fidel lleva a algunos vietnamitas a estudiar a su país. Estudian diversas carreras, tales como Agronomía, alguna ingenierías, Turismo, Idiomas, Derecho y medicina, entre otras. Y dado que Vietnam es un país que se ha convertido en un destino turístico muy “caliente” en los últimos años, para estas personas resulta más beneficioso económicamente convertirse en guías turísticos, que ejercer sus respectivas profesiones. Por lo tanto estuve entrevistando guías de diferentes campos y edades.

Aunque el nivel de español se puede evaluar por teléfono, es bueno conocerlos para apreciar otros aspectos: la seguridad con la que hablan, la forma como responden las preguntas que se les hace, su forma de expresarse, pero lo más importante, ver cuál es mi “feeling” con cada uno de ellos (en lenguaje castizo: si me caen bien o no). Esto último, aunque importante, puede resultar bastante engañoso, como me pasó con mi primer guía. Lo “encontré” mientrás que visitaba un monumento, empecé a seguirlo para ver cómo le explicaba a sus turistas y me gustó. Le dí mi tarjeta, me dio la suya y así quedó contratado para el primer grupo de españoles que recibí (uy, perdón, vascos).

Para no dar su nombre real, daré uno genérico que usamos mucho en nuestro país: Juanito. Y sin entrar a juzgar, creo que Juanito o era muy creativo o tenía una teja corrida o destapó los secretos mejor guardados de Vietnam. Aparte de toda la información histórica que le suministró al grupo, también les habló de los insólitos pueblos que se encuentran en Vietnam: el pueblo A (no daré el nombre real, no sólo para conservar el secreto, sino para evitar que ustedes decidan irse para allá) en donde después de las 5 de la tarde todo el mundo “folla” (ese fue el terminó que utilizó ya que le hablaba a españoles –perdón, vascos-, si desean lo pueden reemplazar por “tira”, “jode”, “coje” o el termino de su preferencia) con todo el mundo, sin importar la edad ni el parentezco. No siendo esto tan interesante, reveló el secreto del segundo pueblo, el pueblo B, en el cual durante muchas décadas, tal vez siglos, los hombres de 40 años o más, se casan con niñas de 15 años, educándolas desde muy jóvenes en las artes del amor y transmitiéndoles toda la experiencia sexual que se puede llegar a tener a esa edad. Él envejece junto a su jovencita y cuándo él muere, digamos que de 65 ó 70 años, su adorada esposa ya tiene 40 ó 45 años, edad perfecta para contraer sus segundas nupcias con un jóven de 15 e iniciar el proceso de enseñanza al que ella misma fue sometida. Y así se transmiten de generación en generación muchos conocimientos, prácticas y quizá una que otra enfermedad. Desafortunadamente aquel día Juanito no pudo seguir contando más historias ya que se encontraba muy cansado, eso le explicó a parte del grupo, ya que la noche anterior, a sus 47 años, había pasado más de 5 horas “follando” sin parar con una mujerzota de 16 años (¿ó 15? No recuerdo bien).

Al enterarme de estas ilustrativas historias gracias a las quejas de algunas señoras del grupo, decidí hablar con él para sugerirle que conservara esa valiosa información para sí mismo, pero debido a que era una mujer (aquellos seres inferiores que debemos guardar respeto y obediencia, pero ante todo silencio al género superior que nos donó su costilla) la que se lo pedía, no recibió la solicitud en muy buenos términos, finalizando así nuestra relación profesional después de aquel viaje.

Y aunque conocer en persona a los guías no me garantiza que no sucedan estas situaciones, en mi empresa decidimos que entrevistarlos sería lo mejor. Organicé reuniones en Hanoi (norte), Hué y Danang (centro) y Ho Chi Minh, antigua Saigón (sur), todo esto en menos de una semana. Al igual que en España, yo solita me hice una ruta estúpida en muy corto tiempo que me dejó más cansada que satisfecha, ya que no pude disfrutar los nuevos lugares tanto como hubiera querido.

El día de mi viaje a Hué, en el centro de Vietnam, tuve la fortuna de conocer a la que sería mi compañera de viaje esos dos días: Salka; una diseñadora chilena que se encontraba en el país por trabajo y quién resulto siendo muy buena gente. Mi viaje a Hué era principalmente por las entrevistas, pero por ser la primera vez también tenía que inspeccionar el lugar (la parte favorita de mi trabajo) incluyendo algunos hoteles y restaurantes.

Después de 1 hora de viaje, llegamos a Hué, allá me estaba esperando mi chofer (parezco importante, ¿verdad?, pues así me sentí ese fin de semana) y la persona que me iba a colaborar en el centro. Nos llevaron primero a mi hotel, el Huong Giang, un hotel cuatro estrellas bonito, pero la mejor parte fue la suite que me asignaron. Una habitación bonita, con vista al río, dos televisores (¿para qué?), uno en la salita y el otro en el cuarto, que a la larga eran el mismo espacio. El baño muy lindo con tina y una ducha que le faltaba hablar, llena de botoncitos.

Salimos a recorrer el pueblo, iniciando por la Ciudad Imperial, una antigua ciudadela amurallada que fue la fortificación más importante construida por la monarquía vietnamita, la cual posteriormente fue ocupada por los franceses y bombardeada por los estadounidenses. Pocas edificaciones distribuidas en un amplio terreno, algunas pagodas antiguas y muchos turistas.

De allí fuimos a dar un “paseo por el romántico río de los perfumes”, frase que escribo en los programas y al estar allá simplemente trataba de buscarle al río lo romántico y el perfume. Llegamos a un puerto que estaba lleno de barquitos de todos los colores, es decir, cada barquito tenía todos los colores posibles. El chofer nos indicó cual sería nuestro bote. Abordamos y nos acomodaron en unas sillas de plástico adentro de la cabina, un poco más adelante de donde estaba un bebé de menos de un año, arrullándose en una hamaca, al lado del ruidoso motor. Decidimos ir a la proa para disfrutar más el paisaje, pero sobretodo para alejarnos del ruido del motor y del olor a gasolina. Al parecer en el barco habitaba una familia, el capitán (o conductor) era el padre, la madre arrullaba al bebe, turnándose con la hija de unos 15 años (o tendría 20, pero las asiáticas se ven muy jóvenes); ésta última muy amablemente nos iba trayendo la diversa mercancía que nos iría mostrando y convenciendo de comprar durante el resto del camino. Empezó con pinturas en tela de arroz (o papel de arroz, pero parece tela), cuando escogimos y pagamos, regresó con tarjetas hechas a mano que no compramos; luego vinieron las batas chinas y diversas prendas en seda, que tampoco compramos. Luego nuestra vendedora decidió entretenerse (como el resto de Vietnam) con la melena de Salka (pelo negro, crespo –rizado-, largo y abundante), la cual es muy común en nuestros países, pero en Vietnam, donde todo el muendo tiene el pelo liso, resultó siendo un fenómeno. Después de esto, y por el resto del viaje, empecé a sentirme que viajaba con Julia Roberts o Shakira o la Madre Teresa de Calcuta o cualquier mujer mundialmente conocida. Llegamos a nuestro destino, la Pagoda de la Dama Celestial (buscamos a la dama por todos lados y no la encontramos, estaría en el cielo) cuando estaba oscureciendo, allí nos recogió el chofer para llevarnos a nuestros respectivos hoteles.

Tuve el tiempo justo para bañarme y bajar al lobby a entrevistar algunos guías y luego salir hacia el restaurante que “inspeccionaríamos” esa noche. El restaurante Royal Park trata de recrear un ambiente imperial y a los grupos se les organizan “cenas Imperiales”: los invitados se disfrazan como los cortesanos de la época y se elige una pareja para representar al emperador y la emperatriz, los cuales se sientan al frente de sus cortesanos. Esa noche había un grupo grande de franceses en el mismo salón en donde nos encontrabamos. El animador (animadora en este caso) tiene discursos de la época en el idioma de los invitados, pero como mi francés no es muy bueno, no supe exactamente qué decían, sólo vi que brindaban mucho por los emperadores. La comida estaba deliciosa, muy variada, una mezcla de sabores muy diferente a la que estoy acostumbrada y muy bien presentada, pero lo mejor de todo fue que no nos dejaron pagar, por más de que insistimos.

Regresé al hotel temprano porque quería disfrutar mi ducha sofísticada, aunque lamentablemente le faltaban las instrucciones. Entré, cerré la puerta, quedé como en una cabina de plástico, completamente aislada. De la pared se podía desplegar una silla, me senté y empecé a oprimir botones: se encendió el radio a todo volumen, salieron chorros por todos lados y se suponía que tenía baño turco, pero no logré prenderlo. Terminé mi baño muy limpiecita, pero la ducha no me pareció tan especial como se veía; o será que aún no dejo de ser montañera y prefiero la tina.

Al día siguiente desayunamos con el subgerente del hotel, recorriendo el mismo después de desayuno (me refiero al hotel, no al subgerente). En esa visita empecé a descubrir la inocencia y sinceridad de los vietnamitas: la mujer (parecía más una niña) que nos mostró el hotel me dice cuando estábamos terminando: “¿Y cuantos meses tiene?” -“No estoy embarazada, estoy gorda”, le dije con una sonrisa bastante finjida. Y me responde: “No, en serio...” Cuando regresé empecé dieta, aunque por muy pocos días.

Salimos de allí a recorrer la tumba del emperador Tu Duc, supuse que sería aburrido, pero era uno de los lugares que tenía que ver. La tumba se encontraba en un lugar grandísimo, en medio de un bosque y aunque en todo el terreno habían muchos mausoleos, poco se parecía a un cementerio. Estructuras en piedra coloreadas por el efecto de la humedad, al lado de un canal y en medio de un bosque. El día estaba frío y nublado, lo que generaba un ambiente un poco tenebroso, pero a la vez muy lindo y tranquilo.

Continuamos nuestro camino hacia Hoi An, una ciudad a 2 ó 3 horas de Hué. La carretera va al lado de la playa y en algún punto podíamos tomar un tunel para acortar el camino o irnos manejando por la montaña por “El Paso de las Nubes”. Acertamos eligiendo la última opción, ya que el paisaje era espectacular: hacia un lado la playa, cada vez más lejana puesto que íbamos subiendo y al otro lado la montaña, en donde aún se veían construcciones que fueron usadas por los soldados americanos en la guerra de Vietnam, la cual es conocida en Vietnam como Guerra de los Americanos. Al llegar al punto más alto, encontramos un mirador y nos detuvimos a tomar fotos. Se nos acercaron muchas niñas a vender diferentes artículos, pero al final se entretuvieron con el pelo de Salka; yo no llamé mucho la atención, sólo una de las niñas me puso la mano en el pecho y casi acariciandome el seno me dice: “eres como las vietnamitas, pequeña” y no se refería a mi estatura. De nuevo respondí con una sonrisa finjida. Vietnam 2, Rubby 0. Quería decirle lo que dice nuestro orgullo nacional Shakira: “Suerte que mis pechos sean pequeños y no los confundan con montañas”, pero me guardé el comentario.

Llegamos al hotel Victoria en Hoi An, en donde me quedaría por una noche. Allí no me dieron suite, pero siendo un 5 estrellas pues una habitación regular estaba bien, bastante bien para ser justos. El diseño y decoración bastante exquisitos, la vista daba a un pequeño río muy bonito (aunque estaba medio molesta porque no me asignaron una con vista al mar), la tina un poco grande para mi solita, pero no dije nada porque “A caballo regalado no se le mira el diente”, dicen en mi tierra.

Salimos a recorrer la ciudad, empezamos por el mercado central, que puede compararse en muchos aspectos con cualquier plaza de mercado en Colombia, sólo que acá muchos de los productos eran diferentes y en mi país los vendedores no usan sombreros vietnamitas. El lugar super colorido, lleno de aromas diferentes, no siempre agradables. El mercado de pescado era la parte más interesante, excepto por el olor, con algunas especies que nunca había, o si las había visto, no imaginaba que se comieran.

Continuamos caminando por las pequeñas calles llenas de color, viendo los lugares más significativos y reconociendo los que nombro en los programas turísticos. Muy lindo el pueblo, con un ambiente muy relajado. Tuvimos que hacer el recorrido un poco rápido, ya que teníamos que estar a las 7 p.m. en Danang, una ciudad al norte de Hoi An, para entrevistar más guías. Después de las entrevistas regresamos a Hoi An a inspeccionar el último restaurante del trayecto.

Ese día me despedí de Salka después de un fin de semana muy agradable, asegurándonos que nos encontraríamos nuevamente, posiblemente en Bangkok o si llegase a ir a Chile por trabajo.

Y aunque el relato no ha terminado, los dejo por ahora, para que no se aburran. Continuaré con la siguiente parte del viaje en una próxima entrega. Si desean complementar lo leído con algunas imágenes, no duden en ver las fotos aquí y aquí. Y también aquí.
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14 mayo 2007

Ay el amor...

Gran parte de mi tiempo cuando no estoy trabajando, o incluso cuando lo estoy, pienso en escribir: quiero escribir sobre esto, o esto otro o lo que pasó el otro día o lo que está pasando ahora mismo, pero cuando tengo algo de tiempo libre y estoy al frente del computador no lo hago, busco excusas, no siempre muy válidas y al final pasa un día más sin escribir. Lo malo de esto es que me gusta hacerlo y quiero hacerlo, pero me falta disciplina. Pero bueno, por algo se empieza, vamos a ver cómo me va hoy.

No escribo hace tanto y no sé por dónde empezar. Dedicaré este texto a describir pequeñeces que han pasado últimamente que me hacen sentir enamorada.

No sé si es por el trabajo que estoy haciendo o el momento en el que estoy o por estar en el lugar en el que quiero estar y haciendo lo que quiero hacer, pero cada día pasan cosas pequeñas que me satisfacen y producen una sonrisa sincera en mi cara.

-Desde hace algunas semanas he empezado a salir a almorzar con mis compañeras de oficina tailandesas, ellas trabajan en la parte administrativa y nuestro contacto durante el día no es mucho, a pesar de que compartimos el mismo espacio. Y hasta ahora no había notado que teníamos varias cosas en común, aparte de trabajar para la misma empresa: somos jóvenes, solteras y lindas (bueno, lo de la mitad sí es un hecho); así que no entiendo porque pasaron 7 meses antes de empezar a conocernos.

Es difícil tratar de describirlas, busco las palabras, encuentro algunas, pero luego las borro: la mayoría del tiempo son alegres, sonríen y la pasan bien, se ríen con fácilidad; tienen un humor liviano y sencillo. No es ese humor que en ocasiones hay que desarrollar y aprender o el humor que se pasa de simple, el de los tailandeses podría ser comparado al humor que tienen los niños antes de empezar a complicarse y verse afectados por el mundo adulto. Disfrutan la comida en general, la reunión que se produce en torno a ésta (dos cosas más que tenemos en común) y buscan cualquier momento para pasarla bien. Cabe anotar que no hablamos el mismo idioma, ellas hablan muy poco inglés y mi tailandés es cercano a cero, aunque en varias ocasiones hemos intercambiado conocimientos; ellas aprenden nombres de algunos alimentos en español y yo en tailandés.

La semana pasada hice una torta de pan que me quedo deliciosa y decidí compartir la mitad con mis nuevas compinches. Al almuerzo les pregunté si les había gustado, una de ellas respondió, con cara de apenada y una gran sonrisa: “mmm, bueno, no es exactamente del gusto de los tailandeses, por ejemplo a mí me gustan las cosas más dulces”. Eso es sinceridad (los que me concocen saben cómo me molesta que no halaguen lo que cocino). El contacto con ellas ha cambiado (mejorado) mucho el ambiente en mi día laboral.

-El otro día en la noche me estaba lavando las manos y me dí cuenta que no tenía los anillos que siempre uso (que me regaló mi santa madrecita) y recordé que me los quité en el baño de la oficina. El problema es que hay un baño por piso y éste es compartido por varias oficinas. Simplemente rogué para que aparecieran al día siguiente y como estamos en Tailandia, sí existe la posibilidad de que esto pase. Al día siguiente lo primero que hice fue entrar al baño, había un letrero en tailandés en el espejo y aunque no entendí nada, supuse que tenía que ver con los anillos. Llevé a alguna de mis traductoras oficiales y efectivamente el letrero decía que si había olvidado algo en el baño fuera a la ofincina No. 2 y preguntara por fulanita (generalmente “fulanita” en tailandés es algo como Po, Kob, Lek, U, etc.). Doña fulanita salió, me hizo varias preguntas de rigor: qué perdí, a qué horas, cuántos, etc. Y luego saco mis dos anillos en una bolsita. Gracias a Dios (o a los tailandeses). Eso es honestidad. Una razón más para sonreir y estar contenta.

Esa misma semana llegué a mi casa y quería tomarme un café, pero no encontré la cafetera por ninguna parte (un vaso de vidrio con un filtro). Al día siguiente le dejé mensaje a mi muchacha con el portero: “Kem (nombre de la empleada), coffee, not find”; y aunque sabía que el portero no me entendió, Kem sabría de lo que hablaba. Esa noche llegó Kem con un repuesto del vaso de la cafetera, pero de una marca mejor, comprado en uno de los almacenes por departamentos más caros (en donde yo nunca compro), pero no era del mismo tamaño de mi cafetera. Le dije donde la compré yo por la mitad del precio que ella y aunque le dije que no era necesario, llegó con una nueva cafetera, una gran sonrisa en los labios y diciendo Soly (sorry), me provocaba agarrarla a besos.

Estos pequeños detallitos de mi vida diaria son los que me hacen estar con una sonrisa estúpida en la boca, como cuando estoy enamorada, solo que el objeto de mi amor en este caso se llama Tailandia.
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16 marzo 2007

¡Que siga viviendo... España!

Con el escrito pasado prácticamente empecé por el final, pero como el orden de los factores no altera el producto, pues ahora voy con el principio: El primer día Dios creo la luz y dijo: “Hágase la luz”... y Luz se la hizo... Como muy posiblemente ese principio ya se lo saben (y la verdad yo no me acuerdo bien), mejor vuelvo al principio de mi viaje.

Aunque mi viaje fue por trabajo, para mi fueron unas vacaciones pagas; no porque no estuviera trabajando, sino porque hice muchas otras cosas que no tenían nada que ver con el trabajo:

Apenas llegué a la Madre Patria saqué un nuevo pasaporte, porque me aburrí del colombiano y me tramité uno américano (¡Mi sueño!). Mentiras (obvio que mentiras), se le acabaron páginas al otro y en Tailandia no hay embajada de nuestro lindo país. Y haber ido a la Embajada de Colombia en Madrid, me hizo sentir de nuevo en mi tierrita: los que están al otro lado de la ventanilla se sienten los dueños de la embajada y su actitud no es la de estar prestando un servicio, sino más bien haciendo un favor. A la salida se escuchan esos agradables cánticos: “La papa rellena, empanada con ají, pandebono casero. ¿Le provoca un cafecito mamita? Pida, pida que yo se lo traigo”, que se repiten una y otra vez. Y con el frío que tenía y el hambre atrasada de comida colombiana (y española), el cafecito de termo y la papa rellena recalentada (que es la más cara que me he comido: 2.5 Euros) me sentaron de maravilla. Ese es el espíritu emprendedor colombiano; ¡que viva mi patria!

También pude reencontrarme con gente que no veía hace años: El Principe Felipe, Alejandro Sanz... (Rubby, póngase seria carajo, que esta gente está trabajando y no tiene tiempo de leer sus bobadas). Lotfi, amigo canadiense-marroquí-casi español al cual no veía hace más de 11 años, que una vez más me hospedo en su morada, cuidándome casi como mi mamá cuando voy de vacaciones (portándose muy bien, dándome gusto, peleándome y recogiendo mi desorden); Luciano, mi adorado primito que no veía hace más de 5 años, que se encargó, junto con su esposa, de llevarme a recorrer rápidamente Madrid (el clima no permitía que esto se hiciera lentamente) y de iniciarme en las delicias culinarias de la Madre Patria (aunque el hecho de tratar de probarlas todas el mismo día no fue una muy buena idea, ya que casi me reviento). En el recorrido tuve la oportunidad de contribuir a la paz de España: inflé 5 globos que muchas horas después soltarían en el cielo madrileño como símbolo de paz (creo que esa era la idea, yo sólo inflé las bombitas rojas y amarillas, como la bandera de mi ciudad). Vi a Patricia, mi compañerita del colegio, que no veía hace sólo 15 años (nos graduamos jovenciticas, como de 12) y en un par de horas tratamos de adelantarnos en lo que ha pasado en nuestras vidas desde la última vez que nos vimos.

La fiesta del primer sábado fue a cargo de las pereiranas (abstenganse de hacer cualquier comentario que a ellas no les gusta), Raquel, que no la veía hace 5 años y Esmeralda que no veía hace 12 años (sé que algún día la conocí, pero ni me acuerdo cuando), ambas de AIESEC (para los que no sepan qué es, les queda de tarea). Recorrimos varios bares de Madrid (mami y yo no tomé nada y esta vez sí es en serio porque me estaba muriendo de la gripa) y caminamos gran parte del centro, lo que hizo que se desarrollara mi gripa en su máxima expresión y que me hiciera quedarme todo el día siguiente en cama.

Esa misma semana hice una corta visita a Valencia, en donde me encontré con Emilio y Armando, viejos amigos de mi familia y en sólo unas horas trataron de mostrarme lo máximo de esa linda ciudad, incluyendo por su puesto una deliciosa Paella Valenciana en un lindo restaurante en la playa (aunque me gustó más la cordobesa preparada en mi casa en Tailandia).

Luego llegué a Barcelona, hospedándome en la casa de Santi (Amigo de AIESEC, que no veía hace unos 7 años) y Adriana (su esposa... mo la suya, sino la de Santi). Toda la hospitalidad paisa salió a relucir: me atendieron en su casa como una reinita (como me lo merezco), me llevaron a recorrer las lindas y atestadas calles de Barcelona; caminamos mucho, de día y de noche; disfrutamos delicias colombianas de una de las panaderías de mi país (que sobran por allá, en donde se ve lo más selecto de nuestra tierra) y sobre todo, nos adelantamos en chismes de mutuos conocidos.

La semana que sigue ya la conté en el escrito anterior y allí mencioné mi encuentro con Marcelita, mi amiguita de Colombia: El plan era encontrarnos en Madrid el 16 de febrero, como mencione en el mensaje pasado, el plan cambio, haciendo que ella tomara un avión desde Madrid hasta San Sebastian. Pero como aprendí hace años: las cosas no salen como las planeamos, así que Marcela no pudo viajar, problemas de visa de último minuto y no pudo montarse al avión. A las 12 del día del 16 se canceló el viaje de Marcelita, las dos muy tristes y con los crespos hechos. Ya había perdido mi avión a Madrid, así que ya me quedaba por lo menos ese día y no estaba segura si regresar a Madrid el 17 ó 18. Pero el 17 en la mañana cuando me encontraba viendo aquella hermosa bahía que describía en el escrito anterior, me llamó Marcelita, que si la esperaba en Francia, que un amigo la llevaba. 14 horas después y habiéndo recorrido muchos kilómetros, Marcelita llegó a mi encuentro y si no es porque eran las 2:30 de la madrugada, porque estaba lloviendo y porque no somos lesbianas, nos hubieramos bajado de nuestros respectivos carros, en cámara lenta, y hubíeramos corrido hasta abrazarnos (levantando la piernita y estirando el pie) y las palomitas alrededor hubieran volado. Aunque no hubo este show, estábamos muy contentas de habernos reencontrado.

A pesar de que nos acostamos muy tarde (o muy temprano, depende de cómo se vea), nos levantamos como a las 8:30 para aprovechar el día. Nos alistamos, desayunamos con nuestros queridos anfitriones (que ya hablé suficiente de ellos en el escrito pasado) y partimos hacia San Sebastian para pasar el día juntos, en la noche yo saldría en bus hacia Madrid, ya que el lunes debía estar allá para tramitar mi visa de Tailandia. Y mientras tratábamos de postergar el momento de nuestra separación, Nat y Marcela tuvieron la maravillosa idea de llevarme hasta Madrid (decisión tomada una hora antes de que saliera mi bus). Llamé a Lutxo (léase Lucho) para que nos indicara el camino y pués ya que pasábamos cerquita, nos invitó a tomar chocolatico, que al llegar a Vitoria después de 3 horas de viaje (normalmente es una hora, pero nos perdimos), se cambió por pizza y arepa acompañadas de vino español (eso se llama Globalización). Disfrutamos de una rica y acogedora cena y de nuevo me despedí de Nataxa (léase Natasha, que está bravita porque no la nombré en el escrito anterior), Ixione (léase Ishone y a ella sí la mencioné) y Lutxo (léase viejo Lucho). Seguímos nuestro camino hacia Madrid, llegamos a la madrugada y al día siguiente pasamos el día juntos. Así que aunque no fue como lo planeamos, pudimos lograr lo que buscábamos: vernos, pasar algunos días juntas y reafirmar nuestra amistad (aunque realidad no se necesita, buen firme que ya es).

Y con esto último empezó mi semana de vacaciones, que no hice casi nada aparte de descansar y visitar a mi primito y familia en El Escorial y me ví de nuevo con mis amigos en Madrid. Y como no todo son alegrías, tuve una fuerte contrariedad (sueno a adulto mayor) en el aeropuerto: tres personajes del país en el que viví antes de Tailandia, paseaban por las diferentes filas de registro para tratar de colarse (cuelarse como dicen en España), hasta que llegaron a la mía, queriendo pasar por encima de un indefenso españolito que me vi obligada a defender: no fue necesario que él pronunciara palabra para que yo viera en sus ojos: ¡Oh! ¿Y ahora quién podrá defenderme? Y aunque no tenía el chipote chillón conmigo (no creo que los españoles que leen este relato conozcan al superhéroe de América Latina y entiendan esta parte, lo siento, les queda de tarea), procedí a enfrentarme a estos indios (no estoy siendo ofensiva, simplemente es su nacionalidad) para luchar por la justicia. Aunque no sirvió de mucho... o sí, pero en otro sentido; pero a los indios poco les importó.

Y así terminó mi viaje de trabajo y mis vacaciones, las primeras en 3 años y no sé cómo aguanté todo este tiempo sin vacaciones; definitivamente algunos vinimos a este mundo a trabajar.

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