Una de las cosas que me gusta de estar en esta parte del mundo es la facilidad que tenemos los colombianos para aplicar a casi cualquier visa. Bueno, no sólo los colombianos sino todo el mundo, claro que pocos países necesitan visa para tantos países como nosotros. En muchas de las embajadas, especialmente para los países de Asia, sólo se necesita llenar un formulario, llevar una foto, el tiquete, pagar y la mayoría de veces entregan la visa al día siguiente. Por esto me sorprendió que al llegar a la Embajada de Malasia, faltando seis días para mi viaje, me dijeran que no garantizaban que la visa la entregaran en una semana, así que no pude viajar, perdí los tiquetes y los planes que tenía para visitar Kuala Lumpur, la capital de Malasia. Y como de todas formas tenía que salir del país porque mi visa se vencía y necesitaba aplicar a una nueva, fui a Vientiane, Laos, a donde he ido, cuatro veces, incluyendo ésta. Así que el viaje no resultaba muy interesante para mí, era sólo un trámite.
Salí de Bangkok el lunes en la noche en tren. Esa mañana me había despedido de Marcela en el aeropuerto, no había dormido mucho. En el tren se puede dormir bastante cómodo (relativamente), de todas formas el viaje cansa un poco y al día siguiente no podía perder ni un segundo o corría el riesgo de no llegar a tiempo al Consulado de Tailandia y no alcanzar a hacer mi solicitud. Llegué a Nong Kai, ciudad fronteriza con Laos, tomé un tuk-tuk a la frontera, al salir pagué mi primera multa a la Policía Tailandesa, por haberme quedado dos días más de lo que permitía mi visa (¿qué pasaría en cualquier país de Europa o en Estados Unidos si hiciera lo mismo? Bueno, primero tendría que tener visa para esos países para saberlo), firmé la multa, pagué y salí corriendo a tomar el bus para cruzar el puente internacional y llegar a Laos. Me bajé de primeras del bus, empujando al cojito que trataba de bajarse (mentiras, tenía afán pero no tanto) y necesitaba solicitar mi visa de Laos en la frontera (ni en Venezuela podemos hacer eso), llené la forma, entregué la foto y el pasaporte y pagué. Quince minutos y ya tenía mi visa. Entré a Laos, ignoré a todos los que me ofrecían taxi, hotel, tuk-tuk, trámites, etc. y me fui al bus local (esta vez ya no me podían estafar como las primeras veces). Llegué al centro, traté de negociar algún Tuk-tuk (cosa que no me gusta hacer allá porque es imposible pagar una cifra relativamente justa) y fue imposible, así que caminé hasta el consulado, afortunadamente llevaba un mapa impreso con la nueva dirección, el cual fue muy fácil de seguir. Llegué a las 11:10 AM y se podía presentar solicitud hasta las 12. Llené el formulario, dos fotos y ni siquiera hay que pagar, porque para incentivar el turismo, las visas de turista están gratis hasta enero del 2010 (creo que en el Consulado de Tailandia en Colombia es en el único que siguen cobrando). Salí de ahí más relajada (aparte de cansada, sudada, con hambre, sed, etc.) pero mi objetivo ya estaba cumplido. Ahora solo necesitaba irme para el hotel a descansar el resto del día, ya que los lugares que hay que visitar, ya los he visitado en las otras ocasiones (Güequend en Laos). Llegué al hotel de siempre, uno pequeñito, limpio, cómodo y barato (que es lo principal). Me bañé, descansé un rato y salí a almorzar. Las cosas han subido un poco de precio con respecto a las otras veces, pero de resto todo es lo mismo. Vientiane es una ciudad muy tranquila, no pasa casi nada y yendo de Bangkok resulta un poco aburrida para mí. Empecé a recorrer con calma el lugar, siguiendo el consejo inspirador de un sabio, poeta y guía espiritual contemporáneo que en alguna ocasión dijo:Al ir más despacio empiezas a notar todo tipo de cosas a tu alrededor. Una vez que dejas que tus sentidos te guíen y no tu itinerario, quizá encuentres placer en muchas cosas que normalmente pasas desapercibidas, muchas imágenes, olores y sabores en las calles.
Anthony Bourdain, No reservations
En otra ocasión comento:
El placer se encuentra en los sitios más inesperados, solo deja que pase. Sigue tus instintos, ¿qué podría salir mal?Anthony Bourdain, No reservations
Después de almuerzo fui a tomar café al sitio de siempre, Joma, generalmente me gusta probar las cosas locales, pero el café de Laos en un restaurante o cafetería normal es muy fuerte, por eso prefiero ir a este lugar. Luego caminé buscando un templo abierto, en esta ciudad hay muchos y permanecen solos, los monjecitos son amables y es posible encontrarse con escenas interesantes. El templo que encontré estaba solo, así que aproveché para meditar un rato, cuando estaba terminando, mi “calma mental" fue interrumpida por un timbre de celular y voces detrás de mío.
Tres señoritas se empezaron a pasear por el templo, organizando las ofrendas que le traían a los monjes. Tenían varias ofrendas centrales y 5 ofrendas individuales acomodadas en platos de sopa, en cada uno de estos había flores, velas y un paquete de cigarrillos (bastante interesante, es el primer templo en donde veo esto y caí en cuenta que he visto más monjes fumando en Laos que en Tailandia), adicionalmente le tenían a cada monje una botella de jugo de naranja y una de agua. Me quedé para observar la ofrenda. Fueron llegando los monjes, cinco en total, obviamente no entendía nada de lo que decían porque yo estaba en la parte de atrás del templo (y porque no hablo Lao), se acomodaron para la ceremonia, hablaban y hablaban, las mujeres le entregaron a cada monje un carrete de hilo blanco que estos fueron desenrollando y uniendo las hebras en el centro, formando una sola tira, con la que rodeaban una vasija grande de barro, que estaba cubierta con una tela y que no supe qué contenía, y luego la pasaban por detrás de la cabeza de una de las mujeres que presentaba la ofrenda (tal vez sería una ceremonia de cumpleaños o de matrimonio… o…). Después el monje principal echó una botella de jugo de naranja a la vasija, cortaron trozos de hilo y también los metieron adentro y la volvían a tapar con la tela. Luego empezaron a recitar cánticos en Pali (
chanting) lo cual me parece muy agradable. Esperé a que terminaran y parecía que el monje le daba consejos a la mujer (¿la homenajeada?), los otros monjes se reían tímidamente y las tres mujeres estaban sonrojadas. Y yo simplemente hacía novelas en mi cabeza de lo que estarían hablando (¿cómo van a hablar de esos temas tan personales con un monje? ¿Será que San Antonio no les funcionó? ¿Los monjes dan consejos sexuales?), hasta que decidí salir porque mi mente no paraba de “malpensar” (nuevo verbo que usan los de la generación de mis sobrinos).
Se acercaba la hora del atardecer, el cual es muy agradable verlo cerca al río, así que me fui dirigiendo hacia allá, parando en el camino a tomar una que otra foto. Al llegar allí encontré un río crecido (yo lo dejé pequeñito la última vez) por lo que estamos en época de lluvias, mucho más bonito que las otras veces en las que había estado allá. También me encontré con una construcción a lo largo del banco del río (de lo que sería o será El Malecón – como en Cúcuta), lo cual incomodaba el paso, pero eso no impedía que los comerciantes acomodaran sus puestos, carritos, estufas, mesas, sillas, esteras, cojines, bebidas, comida y demás implementos para atender a la clientela diaria que se acerca al río a esta hora. Trataban de aplanar la tierra lo mejor que podían y si era necesario ponían piedritas bajo las patas de las mesas o las sillas para nivelarlas. Caminaba a lo largo del lugar, tomando fotos, viendo un barco que prometía iniciar un crucero a las 6 de la tarde, pero que nunca partió, imagino que por la falta de clientes; y esperando a que el sol siguiera bajando (y me salió en verso sin hacer esfuerzo – será por una traducción de un programa para niños que estuve haciendo ayer-). Estaba cerca al barco, que era la mejor ubicación para ver el atardecer, cuando dos señores tailandeses se pararon cerca de mí a tomarse una foto, un hombre joven occidental se las tomaba. De repente uno de los señores, no sé exactamente cómo, me incluyó en el grupo y desde ese momento empecé a hacer varias de las cosas que mi santa madrecita me ha dicho que no haga: No hable con extraños. No le reciba comida a nadie que no conozca. No se ponga a beber.
Seguimos caminando, el señor era de Udon Thani, una ciudad de Tailandia, como a una hora y media de la frontera, se llama Pairoj, me dio su tarjeta de Rotario y ahí entendí la amabilidad. Se paraba a hablar con todos los vendedores de comida (el Thai y el Lao oralmente son muy parecidos) y seguía “dirigiendo” el grupo, hasta que nos sentamos en una mesa a la orilla para comer algo y continuar viendo el atardecer. El otro Thai, era su amigo y venía de Bangkok, no estoy segura que hacía o si Pairoj me contó o no; lo que sí me contó era que el “joven” era alemán, también vivía en Bangkok y su papá era el dueño de la fabrica que construye los trenes para el subterráneo, el metro aéreo y la nueva línea que va al aeropuerto, siendo estas tres manejadas por diferentes empresas gubernamentales. El niño, bastante “hijo de papi” como diríamos en Colombia, lleva 11 años en Bangkok , pero casi no come comida tailandesa, ni siquiera por educación cuando está en la casa de su novia (que obviamente es tailandesa), estudia una maestría en alguna rama de la ingeniería civil que construye bases petroleras en el mar (¿?).
Estando en la mesa, Pairoj empezó a pedir cerveza Lao y diferentes platos de la cocina Laosiana, incluyendo uno muy famoso en Vietnam, Camboya y Filipinas, que no me había atrevido a probar, pero dado que me lo estaba ofreciendo una persona local, me pareció de mala educación no aceptarle. Si ahora a los huevos les agregan, no se cómo, Omega 3, Selenio y Vitamina E, al que yo me comí le agregaron Embrión de Pato (si no estoy mal, ahora venden ampolletas en Colombia y dicen que eso ayuda a rejuvenecer). Yo hice lo que hacía el local, lo abrí igualito, primero uno se toma un agua que le sale (¿o en los huevos de pato también se le llamaría líquido amniótico?), después se sigue pelando, no se veía muy provocativo pero ya estaba preparada sicológicamente para hacerlo. Luego se mete la cuchara y se toma un poco desde el fondo del huevo algo que parece la yema y parte del cuerpo, se unta en una salsa y a eso sabe: a yema con salsa picante (además con ese atardecer tan lindo al fondo, como que le daba un aire místico al huevo, o por lo menos eso me dije para sentirme mejor), no se siente ni el pico, ni las patas y todo me supo a yema. Uno fue suficiente aunque Pairoj me insistía que siguiera con el otro, yo creo que mi religión me prohíbe comer feticos, aunque no sé cual religión y si eso esté prohibido. En Malasia y Filipinas lo llaman Balut y en Thai no sé, porque acá está prohibido porque "tiene un bebé adentro", según me explicaba Pairoj. Luego ya comí pollo asado y costillitas de cerdo a la brasa y el resto de la comida transcurrió normalmente. El alemán no aceptó nada de la comida, entiendo que rechazara el huevito, pero el cerdo y el pollo… y no era vegetariano. Nos levantamos de la mesa como a las 8:30 después de que ellos habían hablado casi todo el tiempo de política en Thai, de vez en cuando uno de los tailandeses se compadecía y me traducía, el alemán ni siquiera hizo el esfuerzo. Me acompañaron hasta cerca al hotel y allá nos despedimos.
Al día siguiente me levanté tardecito, dejé todo listo, salí a desayunar, luego un rato a Internet y luego a recoger la maleta para ir a la embajada porque a la 1 me entregaban la visa. Generalmente me regreso en tren que sale de Nong Kai a las 6.30 pm, pero esta vez decidí aprovechar el tiempo y venirme en bus, así llegara acá a la madrugada. ¿Por qué lo hacía? Ni idea. Tal vez porque estoy leyendo “La vuelta al mundo en ochenta días” y Phileas Fogg se la pasa haciendo cuentas de las horas que gana o pierde en su recorrido. Salí de la embajada antes de las 2, pude negociar un Tuk-tuk por el precio que quería para llegar a la estación del bus, sólo que a mitad de camino se varó, me señaló el cablecito que sale del manubrio, se bajó, sacó herramientas de debajo del asiento y empezó a apretar el cable. Cuando terminó y arrancó, la moto estaba completamente acelerada, no entiendo cómo no salí a volar, si eso tiene un freno de mano o qué, el conductor sólo se río y me mostró un cable que le había quedado suelto y se bajó… sólo me podía imaginar que la motico arrancara sin chofer, no fue agradable y creo que le gritaba hasta en español que la apagara y como que es bilingüe porque entendió. Me bajé, “muchas gracias” y caminé otro tanto porque no lograba negociar con ningún otro. En la estación compré pasaje hasta Nong Kai a las 2:30 p.m., ya almorzaría en Nong Kai, finalmente había desayunado como a las 10 y me había tomado un jugo antes de ir a la embajada. El bus se detiene en la frontera con Laos, se sella la salida, se espera a que todos los pasajeros hagan el tramite, luego lo mismo al llegar a Tailandia, en esta frontera se demoró un poco más y yo miraba el reloj, ¿para qué? Ni idea. Llegué a la estación de Nong Kai y la oferta de buses ahí no es muy buena por ser una ciudad pequeña, el bus que salía a Bangkok en ese momento no se veía muy cómodo, así que tomé el que salía para Udon Thani, a una hora y media, con la seguridad que allá encontraría más buses por ser una ciudad más grande. El bus paraba en todas partes, yo miraba el reloj y finalmente llegó a la estación, fui a buscar cuál bus salía pronto y me informaron que los buses para Bangkok no salían de esa estación sino de la número 2. Salí a buscar Tuk-tuk y por ser extranjera me querían cobrar mucho (aunque no tenía idea dónde quedaba ni cuánto era mucho), así que salí caminando y empezó a llover. Después de “esperar bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro”, apareció un Tuk-tuk con el que logré negociar, muy amablemente secó el asiento y me llevó, al ver la distancia me di cuenta que el precio negociado era muy bajo, así que al bajarme le di más. Sentada en el tuk-tuk, mojándome un poco, toda la situación me daba risa porque no sabía por qué tenía prisa (me sigue quedando en verso sin hacer esfuerzo :-)) y sólo cantaba: “Una aventura… es más bonita… si no miramos el tiempo en el reloj…”. Al llegar a la estación vi que salía un bus que decía Bangkok que se veía relativamente cómodo, aunque a la larga no tanto, salía a las 6 p.m., compré el tiquete y me subí, olvidándome que necesitaba entrar al baño y que no había almorzado. Y de nuevo me preguntaba para qué tanta prisa, sin tener la respuesta. Llegué a las 4.30 a.m. a mi casita, después de haber hecho sólo una parada en el camino y me esperaba en el correo una traducción que tenía que confirmar ese día hora colombiana… así que para eso era la prisa, solo que yo no lo sabía, sí tuvo utilidad haber ganado horas como Phileas Fogg.
Y todo lo anterior por un simple trámite que tenía que hacer.Etiquetas: Balut, Laos, Mekong, Thai Visa, Vientiane
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