UN VUELTO LARGO

El Mundo Al Vuelo (reencauchado... un poco más detallado -y menos aburrido-). Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Singapur, España (oops, una de estas cosas, no es como las otras)

28 febrero 2007

I. Lala lala lalalá, ¡Que viva España!


Nunca hice ningún esfuerzo por ir a la Madre Patria y fui sólo porque era un requerimiento en mi trabajo y ya saben lo sacrificada que soy. Y “me la pasé de p... madre”, como dicen por allá.

Nota: Si desean que este texto tenga algún sentido, por favor, al leer ignoren los paréntesis.

Vascolandia

Me encantó ir al país de al lado y no me refiero a Francia, sino al País Vasco (Euskadi, en Euskera), del cuál había escuchado poco. Hace unos meses conocí a algunos vascos (¿vasquences o vasqueños?) y ya me habían dado una pequeña introducción de su país pero no lo veía como un lugar aparte hasta que estuve allí. Con su propio dialecto (que hasta se escribe) y características únicas diferentes a las del resto de los españoles (perdón, ellos no son españoles, sólo vascos). Lo del dialecto es una broma, ya que el Vasco o Euskera es uno de los idiomas más antiguos que no tiene relación con el latín como otros idiomas de la zona, es uno de los pocos que nadie sabe de dónde viene (sólo lo entienden ellos). Este importante idioma para el mundo se prohibió en la época de Franco, pero secretamente lo seguían hablando y así se mantuvo vivo (¿así era el cuento Ion?)

A mi llegada recorrí los lugares más turísticos de Bilbao (Bilbo, en Euskera) con mi viejo amigo Lutxo (léase Lucho que era su apodo en Colombia, sino que se estilizó al casarse con una vasca) y su esposa Ixone (léase Ishone, ella si ha sido siempre estilizada), mientras que nos adelantábamos en el rumbo que han tomado nuestras vidas desde hace siete u ocho años que fue la última vez que nos vimos, compartiendo chismes de la gente que conocemos mutuamente y disfrutando del clima que afortunadamente no estaba tan frío como me lo habían dicho. En este recorrido aparte de ver un poco la ciudad, empecé a culturizarme y a aprender todo lo que esta rica cultura vasca tiene para enseñarnos; conocí por primera vez a La Ría, que es la hija del río y la mar (la verdad creí que se la habían inventado, pero hasta aparece en el diccionario: lo que yo conocía como desembocadura. ¡Qué ignorancia la mía!)

Vitoria (Gasteiz, en Euskera), capital del País Vasco (Euskadi, en Euskera) y lugar en donde habita mi distinguido amigo Lutxo, sería mi base en esos días para visitar algunas oficinas de la zona, bueno, oficinas que yo creía que estaban en la zona y en realidad eran bastante lejos (se me borró la rayita por estar sentada en buses durante tantas horas). Al día siguiente de haber llegado a Vitoria (Gazteiz, en Euskera), viajé a Zaragoza, recorrido que duró tres horas aproximadamente. Al llegar a esta ciudad a la que no había ido nunca, caí en cuenta que no había llevado la dirección, ni había mirado en Internet qué tan lejos estaba del lugar al que me dirigía. ¿En que carajos estaba pensando? ¿Creí que poseía un GPS interno que me ubicaría y daría instrucciones a mi llegada? Afortunadamente una llamada a Lutxito (no tengo ni idea si este tipo de diminutivos se puedan aplicar al Euskera, imagino que no) y se solucionó mi problema, permitiéndome dirigirme a mi reunión para luego recorrer las callejuelas del centro de Zaragoza. En la tarde regresé a Vitoria (Gasteiz, en Euskera), en donde me esperaba superLutxo, quien me llevó a caminar por las pequeñas calles del centro de Vitoria (Gasteiz, en Euskera), mientras que me contaba cómo ve el conflicto alguien que vive en el lugar; información nueva para mi, ya que no soy muy seguidora de las noticias mundiales (resérvense los comentarios); leyendo en las ventanas de los bares y en las paredes letreros pro-ETA y contra-ETA (bueno, leyendo es un decir, porque los letreros estaban en Euskera).

Al día siguiente salí muy temprano para Gijón, capital de Asturias (de donde es el principe papacito –o por lo menos ese es el título- que se casó con esa..., bueno, a mi me cae bien, pero en España como que no la quieren mucho), otra linda región en el Cantábrico (por lo que pude ver desde la ventana del bus). Cinco horitas de recorrido en las cuales dormí, aprecié el lindo paisaje de playa, rocas, montaña y mar y me pregunté porqué había decidido hacer ese largo recorrido por una sola reunión. Al llegar a Gijón preferí quedarme a trabajar en mi cuarto, ya tendría tiempo de ver la ciudad al día siguiente antes de mi reunión. Y por Ley de Morphy, al día siguiente amaneció lloviendo y en las noticias anunciaban vientos de 150 km/h en las costas de Asturia, Galicia y otras provincias del Cantábrico, así que sólo salí del hotel para mi reunión y únicamente conocí algunas pocas calles de Gijón bajo una sombrilla. Paró de llover justo antes de salir a tomar el bus de regreso a Bilbao (Bilbo, en Euskera). En esta ocasión tomé un bus rápido así que sólo eran cuatro horitas de recorrido en las cuales dormí, aprecié el lindo paisaje de playa, rocas, montaña y mar y me volví a preguntar porqué había decidido hacer ese largo recorrido por una sola reunión.

Esa noche Lutxo, Ixone y Natasha me despidieron con una rica cena francesa, acompañada de vino y más chismes de nuestros mutuos conocidos y amigos (si tenían las orejas rojas, ya saben porqué). Al día siguiente me dirigí a San Sebastian (Donosti, en Euskera), hermosa ciudad a las orillas del Mar Cantábrico.


La Cena
La comida es una parte muy importante de la cultura vasca y como yo me intereso tanto por las diferentes culturas, me vi obligada a conocer este aspecto tan importante para ellos. Iniciamos con un delicioso almuerzo (comida como dicen por allá) en un restaurante en la playa al que me invitaron Ana e Iraide -mis clientes- y al que asistió (colado) Ion -el cliente de mis clientes-, a todos ellos los conocí en Vietnam el año pasado. En ese almuerzo me enteré que casualmente el día que me iba de San Sebastian, había una cena en la casa de Ion y Ana (no mi cliente, sino la esposa de Ion), a la cual asistiría parte del grupo que había conocido en Vietnam en diciembre y como me rogaron y rogaron que me quedara (bueno, me lo dijeron una vez) no tuve otra opción que aceptar y cambié los planes que tenía para el fin de semana, ya no esperaría a mi amiga Marcelita en Madrid, sino ella iría a San Sebastian. De su llegada hablaré más adelante.

Los alimentos fueron preparados de forma cuidadosa y un poco meticulosa diría yo (pero quién soy yo para decir). Ion sofreía la cebolla en aceite de oliva (si es de girasol, soya o cualquier otro no es posible cocinar estos suculentos platillos) moviéndola de determinada forma para que la salsa verde quedase en su punto y le diera ese sabor tan especial a las “kokotxas (léase cocochas) de merluza” (aunque creo que si uso otro aceite y las sofrío sin tanto movimiento el sabor debe ser similar... o mi paladar no es lo suficientemente delicado para detectar la diferencia entre estos elaborados procesos). También preparó la ensalada y sirvió el jamón ibérico (que imagino sería el “Pata negra y alimentado con avellanas -o castañas o alguna de esas-”, ese le quedó delicioso). Lo más especial de la cena fueron los pimientos del piquillo que yo, cuidadosamente, saqué de la lata y corté en tiras delgadas, proceso que se debe ser hecho delicadamente y por unas manos vírgenes como las mías para que conserve ese sabor tan especial.

Empezamos con el jamón ibérico y con “Foie (paté en idioma criollo) de pato” (en ese momento pensé en los pobres paticos por todas las que tienen que pasar para que nosotros disfrutemos de su hígado, por eso decidí no pensar y seguir disfrutando de aquella exquisitez). Continuamos con las Kokotxas de Ion (bueno, eran de merluza, pero como dije, las preparó Ion). Luego los “txipirones (léase chipirones, en nuestro idioma: calamares) en su tinta”, que llevo la esposa de Carlos (soy malita para los nombres, además muy posiblemente no les interesen), los cuales estaban deliciosos (no ví la preparación, pero imagino que fue tan cuidadosa como el resto de la cena) y nos dejaron una linda sonrisa oscura.

Carlos, el ginecómecánico (es mecánico, pero dice que era ginecólogo, aunque no aclaró si era en una vida pasada y prefiero no entrar a especular cuáles son las razones para decir esto), preparó un delicioso chuletón de buey (en realidad era de vaca, porque me contaron, en secreto, que ya no hay bueyes), plato típico de la zona. Es una chuleta grande, de corte bastante grueso (4 ó 5 cms), por lo cual queda dorada por fuera y muy cruda por dentro (la que yo comí la asaron más), la carne es jugosita, no sé con qué la adobaron pero fue muy agradable para mi exigente paladar, como el resto de la cena.

A la hora del postre se sirvieron pastelitos (hojaldres, bizcochos, tartas) variados, quesos de oveja maduros (creo que estaban bien maduros porque se comportaron apropiadamente), nueces frescas (que todos podían abrir fácilmente, menos yo; no soy muy diestra manejando esos alicaticos). También postre de leche de oveja que se mezcla con azúcar (me recordó un yogourt-postre que comía cuando pequeña).

Todo esto acompañado con vino tinto, mucho vino tinto (nos acabamos la provisión de todo el 2007 de la familia). Después Carlos (el ginecomecánico) preparó “caimada”, bebida (bebedizo, como dijo Ion) de origen gallego a base de Orujo (aguardiente que se obtiene del residuo de la uva por destilación) con 70 grados de alcohol, hervida en una olla de barro y servida en tacitas del mismo material. Esa ni por educación, ni por mi gusto por el alcohol, pude terminarla.

En la cena todos eran vascos menos yo, a veces se olvidaban y hablaban Euskera (vasco), pero la mayoría del tiempo hablaban castellano (es el nombre que le dan allá a nuestro lindo idioma español). La velada estuvo llena de risas, bromas y conversación muy amena. Y como era en la casa del cliente de mi cliente, y con los clientes del cliente de mi cliente, tuve que pretender que la estaba pasando muy bien y que estaba disfrutando la cena (saben lo tímida que soy y el trabajo que me cuesta adaptarme a esas situaciones y además me siento incómoda cuando me acogen en otro país y en otra cultura).


El Lugar
Al día siguiente, sábado, Ion me sacó a pasear (como a un perrito) y me llevó a conocer lo que se les muestra a los turistas. Al llegar a la cima del Monte Jaizkbel en la parte norte de la frontera entre España y Francia (perdón, en el País Vasco, es decir, al norte de España y al sur de Francia) y acercarme con los ojos cerrados a aquel mirador (sintiendo que me iba a caer), no esperaba que al abrirlos me encontrara frente a semejante belleza (y no era un espejo), la vista me dejó sin aliento y sólo pude decir: ¡WOW! (o guaaaaau). Mirando de derecha a izquierda tenía un paisaje de montañas que finalizaban en un valle, con diferentes tonalidades de verdes (se podría comparar con algún paisaje de la Sabana de Bogotá o en las montañas de Tabio); continuando por el valle, imperceptiblemente iba apareciendo el río para pronto convertirse en la ría y desembocar después en la mar (“la” mar siempre me ha sonado bastante poético y romántico, pero en este lugar sí merece llamarse así). Una bahía con una playa de arena amarilla y muchos barcos, barquitos y yates (si viviera allá, habría visto el mío parqueado –aparcado-) meciéndose levemente en un mar azul turquesa (en realidad un poco más oscuro que la turquesa, pero más claro que el lapislázuli, no sé que tono darle), que se extendía hasta la inmensidad (que nunca he sabido en dónde queda) y a su lado se extendía Francia con una playa muy grande (según Ion la más larga del mundo, aunque tenía entendido que la más larga estaba en India).

Estando en esa esquinita en el mirador y sintiendo el fuerte viento en mi cara, me sentía libre (quería abrir los brazos de par en par para sentirme como Kate Winslet en Titanic, sólo faltaba Leonardo Dicaprio sosteniéndome, pero en cambio estaba Ion sentado mirando mi cara de boba montañera).

Al darme cuenta que seguía siendo yo y no Kate, decidimos empezar a descender del cerro y llegamos hasta Hondarribia, ciudad española (vasca, perdón) ubicada en la falda de este monte. Recorrimos la ciudad vieja, con sus calles angosticas (como muchas de las ciudades españolas) y casas de colores con lindos balcones. Parecía una ciudad fantasma porque había muy poca gente en la calle; pero parece ser que todos estaban en la callecita de los bares (que no recuerdo el nombre) en una reunión de los familiares de los prisioneros de eta organización que no recuerdo el nombre (hay que tener cuidado con lo que se dice). Allá etaban todos o casi todos. Y me mostraron una casa en donde hace como 20 años habían matado a uno de los miembros de eta organización, aún con un afiche de protesta. Si en mi adorado país pusiéramos un afiche por cada muerto y en cada lugar en donde se produjo esta muerte por el conflicto, tristemente entapetaríamos gran parte del país. Ion trató repetidamente de sacarme de mi ignorancia política y de ilustrarme un poco con sus explicaciones del conflicto, yo pretendía escucharlo, pero él sabe que poco me quedó.


Y así transcurrió mi visita a Euskadi. Los vascos, aunque forman parte de España (que no me oigan), tienen una cultura muy particular y no sólo porque hablan un idioma diferente al resto del país. Me encantó el orgullo con el que hablan de su tierra, casi con la misma emoción que nosotros hablamos de Colombia (bueno, nosotros lo hacemos con pasión, claramente lo dice el nuevo slogan del país: Colombia es Pasión). Mi amiga del colegio Grace, medio bruja (con cariño), cuando me leyó las cartas a distancia antes de mi viaje (no se rían que hasta los grandes políticos e importantes personalidades del mundo lo hacen) me dijo que en este viaje me iba a enamorar y tenía toda la razón: me enamoré del País Vasco.
Continúa...