UN VUELTO LARGO

El Mundo Al Vuelo (reencauchado... un poco más detallado -y menos aburrido-). Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Singapur, España (oops, una de estas cosas, no es como las otras)

15 julio 2007

Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte II

Continuación de Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte I

Día 2

Nos levantamos a las 5:45 am, porque a las 6 pasaban los monjes por el frente de la casa. Los monjes budistas pasan cada día recogiendo comida, la gente los alimenta en forma de ofrenda (es una forma de generar buen karma). Llegaron caminando cuatro monjecitos de diferentes edades, kob depositó la comida, empacada por su mamá en bolsas plásticas, en cada uno de sus recipientes. Luego se arrodilló y recibió las bendiciones que los monjes al unísono le daban, para luego continuar su camino.

El objetivo principal de este viaje era visitar la Aldea de las Cobras, Ban Khok Sanga, a 50 Kms de Khon Kaen, para esto debíamos alquilar un carro, al igual que el grupo que vendrá, por eso decidimos alquilar la misma minivan que ellos usarán. El día anterior Kob me preguntó muy tímidamente si su familia podía venir (aunque estoy casi segura que el paseo ya estaba armado).

Salimos a las 9 am de la casa de Kob y casi a las 10 de Khon Kaen, después de hacer algunas paradas recogiendo varios miembros de la familia. Ban Khok Sanga, es conocida como la Aldea de las Cobras, debido a que sus habitantes viven del turismo generado por su relación con las cobras. Muchos de sus habitantes hacen algún tipo de espectáculo relacionado con estas serpientes, siendo el más famoso el de los snake fighters o los luchadores de serpientes (peleas con cobras).

Al acercarnos al pueblo, unos niños niños nos entregaron volantes con las indicaciones para llegar a uno de los lugares en donde presentan este tipo de espectáculos. Al llegar, empezó la música y una mujer hablando por micrófono, anunciando lo que se presentaría a continuación y luego describiendo lo que iba pasando en el escenario (eso parecía porque todo era en tailandés). Primero salieron tres niñas, de aproximadamente 8 ó 10 años bailando música típica tailandesa, uniformadas con una camiseta roja y una falda negra. Mientras tanto, tres niños en la parte trasera del escenario abrían tres cajas para sacar una serpiente de cada una de las cajas, de aproximadamente un metro cada una y unos 15 cms de diámetro. Colocaron las serpientes en el cuello de las niñas y éstas continuaron bailando, agarrando el cuello de la serpiente (aunque no creo que tengan cuello, me refiero a la parte cercana a la cabeza) moviéndolo en diferentes direcciones al ritmo de su baile, para luego introducir las cabezas de las serpientes en cada una de sus pequeñas bocas. Con esto terminaba el primer espectáculo, el público aplaudía (el cual estaba formado por la familia de Kob, 9 personas aproximadamente, y otras 5 ó 6 personas) y las niñas pasaban recogiendo donaciones.

La música empezaba de nuevo y los niños que anteriormente sacaban las serpientes, en este momento eran la parte central del escenario, iniciando la pelea con las cobras, que consiste en provocar a la serpiente tocándola en diferentes partes de su cuerpo, para que ésta trate de atacar, por lo general fallidamente, dados los rápidos movimientos del pequeño contrincante. A todas las serpientes que participan en este espectáculo se les saca el veneno cada día, de todas formas siguen produciendo permanentemente pequeñas cantidades de veneno, y una pequeña mordedura puede ser mortal. Después continúan el mismo espectáculo hombres de mediana edad, con cobras más grandes, pareciendo dichas peleas más peligrosas, peligro que se ve en el escenario y se intensifica con la voz de la comentarista y el miedo del público. El espectáculo finalizó con hombres mayores, el más viejo, de unos 55 años, nos mostraría orgullosamente su mano derecha a la que le faltaban 3 dedos, que perdió hace muchos años en uno de estos combates. Hicieron el mismo show que las niñas, bailando con las culebras y metiéndose la cabeza de éstas en la boca. El hombre mayor, continuando el baile, procedió a meter la cabeza de la gigantezca serpiente dentro de sus pantalones.

Al terminar el show, tomaron a la serpiente más grande y pidieron que pasara alguien del público y por petición general el turno fue para la única farang del lugar. Pasé al escenario y me pusieron la pesada serpiente en los hombros, la cual fue acomodando su cuerpo junto al mío y delicadamente enrollando su cola en mi pierna derecha, mientrás yo sostenía su cabeza con la mano derecha (y ahora que lo pienso: ¡Qué asco! Y no lo digo por la serpiente, sino porque esa cabeza hace unos momentos estaba en los pantalones del viejito, probablemente tocando su inerte serpiente), duré un momento en la misma posición, posando para las respectivas fotos, una de ellas tomada por el campeón con su antigua Pollaroid, el cual no paraba de sonreir mostrando su boca con muy pocos dientes. Al lado del escenario, vimos a los niños dejando las serpientes en libertad en un estanque con agua, por un corto periodo de tiempo, tal vez para que se refrescaran, y luego atraparlas y ponerlas en sus respectivas cajas, todo formando parte de un juego infantil.

Después de hablar un rato con el campeón, el cual me contaría que yo era la primera colombiana que visitaba el lugar y hablaba de sus numerosas peleas, nos despedimos y nos dirigimos hacia otro lugar, con el mismo espectáculo. El escenario era un poco más elaborado, el audio era de mejor calidad y tenía más público (40 personas aproximadamente). El espectáculo era igual, excepto por los uniformes de los luchadores, los cuales eran de mejor calidad y más nuevos que los primeros. Había varios letreros que decían: “Peligro, no intente hacer este espectáculo usted solo” (si no es por eso, lo hubiera intentado en casa). Pasé más tiempo mirando los alrededores del escenario, en donde habían varios monos y un oso negro grande y sediento, cuyas jaulas eran muy pequeñas para su tamaño.

Ya estaba satisfecha por haber visto lo que tenía que ver, así que procedimos a regresar a la ciudad, después de detenernos en un parque a almorzar. En la noche, cuando llego la hora de irnos y empezaron las despedidas, la tpia saco algunos hilos que venían del templo y los entregó a algunos de los miembros de la familia para luego amarrarlos en mi muñeca derecha, bendiciéndome mientras lo anudaban. Y este ha sido uno de los mejores y más tailandeses fines de semana que he pasado desde que llegué a este país. Fotos relacionadas.
Continúa...

Descubriendo Tailandia: Khon Kaen, Parte I

A finales de Junio viajé a Khon Kaen, una ciudad en el nororiente de Tailandia. Debía ir a inspeccionar varios lugares de la zona para un programa que estoy preparando para un grupo que viene en septiembre, pero además iba invitada por Kob, una de mis compañeras de oficina, que es de esa ciudad y ese fin de semana era el aniversario de la muerte de su abuela.

Día 1

Llegamos a las 6:30 de la mañana después de un recorrido de casi siete horas en bus, en las cuales fue casi imposible dormir. Al llegar a la casa, a través de una calle pequeña, llena de barro porque estaban cambiando tuberías, entramos por la puerta de la cocina, en donde estaban reunidos varios miembros de la familia, bastante atareados, preparando comida. Para esta celebración, la familia le ofrecería un almuerzo a los monjes del templo en donde se encuentran las cenizas de la abuelita.Fui presentada a la mamá, Sim, y a la tía (la dueña de la casa en la que estábamos), Laa, que se encontraban al lado de la estufa y el lavaplatos, respectivamente, y después a los demás miembros de la familia que se encontraban en el suelo: el tío político (esposo de otra tía que no se encontraba en el lugar), Apple; otra tía y dos primas (no recuerdo los nombres). Los que estaban en el suelo estaban limpiando y escogiendo hojas, cortanto tuberculos y alistando muchos ingredientes que nunca había visto, Apple estaba limpiando y cortando la carne (hasta dejarla más pequeña que si fuera molida); mientrás Sim y Laa iban preparando los alimentos en ollas gigantes. Parecía comida para un batallón, lo que tuvo sentido cuando me dijeron que no era únicamente para los veinte monjes que vivían en el monasterio, sino también para los cien huerfanos, entre los cinco y quince años, que viven con ellos. Desde que llegamos nos sentamos a ayudar, como no entendía nada de lo que decían, simplemente me limité a imitar lo que hacían y tratar de colaborar en lo que pudiera, pelé y corté melones para el postre y escogí hojas, no sé para cual de las preparaciones que probaría ese día.

Escuchaba en el fondo música tailandesa (me imagino que sería el equivalente de un vallenato en mi país) y la animada charla de la familia (o varias charlas al tiempo, muy al estilo latino), de la cual no entendía nada, excepto cuando hablaban de números o decían “farang”, que significa extranjero occidental, osea yo, lo que dijeron muchísimas veces a lo largo de la conversación. De todas formas parecía normal para ellos que la farang estuviera sentada ayudando como parte de la familia o si estaban extrañados, no lo noté. Pensé en ese momento que si esa situación estuviera pasando en mi casa, hubiera habido algo de resistencia para que “la visita” estuviera ayudando y mi mamá hubiera dicho: “No mijita, siéntese aquí tranquila. ¿Qué le ofrezco? Rubby, sírvale un tinto a su amiga”. A pesar de estar en un ambiente extraño, sin entender una palabra de lo que decían y en esta situación tan íntima para la familia, sin ser yo parte de ésta, no me sentí para nada incómoda, es más, me sentí bienvenida y acogida y así estuvieran hablando de mí, no se percibía que estuvieran diciendo nada malo.

La cocina se fue llenando poco a poco de más tías, primos y vecinos y el que llegaba, empezaba a ayudar en algo. Antes de las 11:00 am debíamos estar en el templo, ya que esa es la hora en la que almuerzan los monjecitos. Al llegar, empezaron a acomodar las esteras en dos espacios cubiertos, una señora que no había visto en la casa ayudaba a servir, otros pasábamos la comida y otros la iban organizando en el centro de las esteras, a lo largo de todo el espacio, para que todo estuviera listo cuando salieran los monjes y compañía.

De pronto empezaron a aparecer tímidamente algunos niños, vestidos en hábitos (en realidad no son hábitos como los conocemos nosotros, sino tela enrrollada) anaranjados, apareciendo detrás de ellos el resto del “batallón”, en absoluto silencio, con la tranquilidad y seriedad que caracteriza a los monjes en Tailandia. Se fueron acomodando en las esteras, distribuyéndose en los dos espacios, frente a la comida. Cuando uno de los monjes habló, los demás giraron, quedando de frente a la familia, la cual estaba sentada (o medio arrodillada, similar a la posición de la Sirenita de Copenhagen) a un costado del lugar. Una de las tías me llevó hasta allí y resulté sentada frente a ellos, como parte de la familia, pero sin saber qué hacer, me limité, de nuevo, a imitar lo que hacía el resto. Uno de los monjes pedía por el alma de la abuela, por el bienestar de la familia, bendiciéndolos, segido por las bendiciones de los demás monjes en coro (eso me lo explicaría Kob después). Luego cada miembro de la familia tenía un plato con alguno de los alimentos, repitieron algo, lo pusieron al frente e inclinaban la cabeza hasta tocar el piso con la frente, y las manos juntas, en posición de “Amén”, se separaban para tocar el piso al mismo tiempo que la frente, haciéndo eso tres veces seguidas (ya lo había visto en otros templos).
Así terminó la ofrenda, los monjes y los niños empezaron a comer y nosotros nos retiramos, esperando a que terminaran, para después limpiar el lugar.

Después de comerme dos platos grandes de un delicioso postre hecho con diferentes tipos de gelatina, melón, coco y leche de coco (excusa perfecta para no comer el resto de comida que estaba picantísima) , Kob y yo decidimos iniciar el recorrido de la ciudad. Visitamos la pagoda de nueve pisos, la cual se encontraba al frente del templo en el que estábamos. Desde el piso noveno, se puede apreciar toda la ciudad y al llegar a este piso, lo primero que se encuentra es un altar pequeño con un recipiente transparente que contiene parte de los huesos de Buda, sólo se pueden ver diminutos pedazos de hueso (algo similar a la arena gruesa de algunas playas). Los huesos de Buda se encuentran distribuídos en numerosos templos en India y Tailandia, lo que me lleva a preguntarme si “Lord Buddha” era muy grande o si con sus huesos sucedió algo similar a la “multiplicación de los peces”.

En la tarde visitamos el mercado, lugar que siempre me sorprende en cualquier ciudad. En este caso encontré, al lado de los pescados (que sin duda estaban frescos: aún respiraban), lindas ranas, peladas y acostadas boca arriba, de más o menos 20 cms., algunas aún respiraban. Mientras tomaba fotos, me transporte a muchos años atrás (bueno, ni tantos) al salón de mi colegio, no recuerdo en qué año fue, en donde realizamos la disección de ranas y palomas, sólo que las ranas de ese entonces eran más pequeñas y no planeábamos comérnolas, lo cual sería el destino de las que veía en ese momento.

Más adelante encontramos una de las cosas que estaba buscando: insectos fritos, “delikatesen” tailandesa. Esta vendedora sólo tenía dos o tres tipos de insectos, algunos en pasta (pasta de insecto, muy nutritiva). No eran suficientes, necesitaba encontrar mayor cantidad y variedad de este exquisito alimento, así que continuamos recorriendo ese mercado y pasamos a otro, no muy lejos de allí. Encontramos un local con muchos insectos bastante frescos (los acababan de fritar), en el mostrario había larvas, algo similar a cucarachas, pero más planas y saltamontes de diferentes tamaños. La vendedora no resultó muy amable y no me dejó tomar muchas fotos, renegó por un buen rato y Kob no me quiso traducir lo que ella dijo (imagino que sería algo como: “Estos farang que vienen a criticar nuestras costumbres alimenticias, no voy a dejar que se burlen de este alimento tan nutritivo”), pero la dejo de mal humor por un buen rato. Afortunadamente al día siguiente encontré otro lugar con mayor variedad de insectos y los dueños de éste muy simpáticos y sonrientes (características tailandesas) nos mostraron orgullosos los productos ofrecidos: saltamontes, hormigas verdes, larvas, lombrices, cucarrones negros. Las hormigas sabían un poco diferente a nuestras hormigas culonas, producto de Santander (Colombia), menos crugientes y no tan saladas; las lombrices no sabían tan mal, aunque dejaban un sabor agrio al final. Los saltamontes ya los había probado en otra ocasión tampoco saben mal y las larvas no las quise probar (no tengo muy buenas referencias al respecto). Si quieren antojarse, vean las fotos.

Al llegar a la casa al final de la tarde nos reunimos con el resto de la familia en el lugar más acogedor: la cocina. No sólo estaban preparando la comida de esa noche, sino parte de la comida que la tía vendería al día siguiente, en un pequeño local móvil en la avenida más cercana. Ayudé a preparar uno de los postres, cuya base es leche de coco dulce, con unas bolitas de colores flotando en esta. Esas bolitas se hacen con tubérculos cocinados y harina, hasta formar una masa con la consistencia de plastilina, de donde se hacen dichas bolitas, bastante divertido. Al día siguiente lo probé y resultó siendo un postre delicioso (tal vez por lo que no me había bañado las manos antes de amasar).

Llegó la hora de la comida (cena), nos sentamos en esteras que Kob había organizado con anterioridad. El tío trajo un valde grueso metálico, que contenía carbones ardiendo, encima colocaron una especie de olla – sartén, para hacer asado (bbq), en donde colocaron pedazos de carne de cerdo con piel (chicharrón) y pollo. Las carnes las roceaban con una caldo de vegetales, al caldo que quedaba en el borde de la olla le agregaban vegetales, champiñones y noodles (pasta). El picante estaba aparte y lo agregaba cada uno a su gusto, lo que resultó una opción perfecta para mí y con seguridad ellos escogieron esta comida pensando en lo mismo. Fotos relacionadas.
Continúa...