UN VUELTO LARGO

El Mundo Al Vuelo (reencauchado... un poco más detallado -y menos aburrido-). Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Singapur, España (oops, una de estas cosas, no es como las otras)

11 julio 2008

Últimos días en Bangkok

Al saber que me quedaban pocos días para disfrutar la ciudad, traté de hacer las cosas que me gustan y algunas que no me había atrevido a hacer:

Visité varias veces Chatuchak Weekend Market, perdiéndome y encontrándome en sus angostos callejones, viendo en un solo lugar cualquier tipo de mercancía que se pueda imaginar (todo tipo de mascotas, muebles y decoración, ropa, accesorios, libros, diversos artículos para el hogar, comida, artesanías, antigüedades, instrumentos, pedrería y amuletos, entre otros) y, aunque lo he visitado muchas veces, en las últimas ocasiones descubrí áreas que jamás había visitado. A medida que avanzaba el día, el calor y la gente empezaban a aumentar, decidí que ya es hora de marcharme, no sin antes comer Pad Thai y un jugo de sandía para recargar energías. Al salir, decidí caminar por el mercado de amuletos que se encuentra hacia el sur de Chatuchak y aunque no entiendo mucho acerca de éstos, compré algunos para regalar, a los cuales luego les creé el significado y función (todo está en la fe que se le otorgue).
Una última visita con algunos amigos a uno de mis restaurantes favoritos: Somboon, restaurante tailandés de comida de mar, muy popular entre los thais, lugar que no se caracteriza por su elegancia, decoración, manteles o presentación de la comida, pero sí por la frescura de los ingredientes, el delicioso sabor de la comida y la rapidez en el servicio (aunque ese no fue nuestro caso, ya que nuestro pedido desapareció misteriosamente para luego reaparecer 40 minutos después). Sabiendo que en mucho tiempo no disfrutaría de una comida así, pedimos Curry de Cangrejo, pescado a la brasa, Morning Glory (un vegetal que sólo he visto en Tailandia), Espárragos con mejillones en salsa de ostra, Pollo con anacardos (cashewnuts) y arroz, menú acompañado de mucha cerveza Singha y como postre Mango & Sticky rice. Un menú que puede ser bastante común en Tailandia, pero que al saber que no lo tendría por mucho tiempo, lo disfruté de forma especial.

Unos días antes de irme, me regalaron mi propia casita de espíritus (Sam Phra Pum), de la cual estaba muy antojada. No pude conseguir los bailarines de ese tamaño, ni otros habitantes, aunque tal vez fue lo mejor, ya que al “habitar la casa”, debía comprometerme a cuidar, poner flores frescas, agua e incienso cada día a los espíritus, una gran responsabilidad. Y si mis plantas se estaban muriendo por falta de cuidados, no estoy segura si pueda proveer los cuidados necesarios a los espíritus para que protejan mi casa y para que estén contentos. Además, ¿qué tal que esos espíritus thais no se lleven bien con los espíritus colombianos? ¿O que los de acá se aburran con las danzas Thais y prefieran un vallenato o un merengue? Mejor evitar conflictos culturales y dejarla sólo de adorno.

Hice algunas compras diciendo adiós a MBK, me despedí de Bangkok mientras disfrutaba de un Mojito en Sirocco, en el piso 64 de The State Tower. Tome un masaje tailandés de dos horas en Wat Pho en Sukhumvit, que quizás por el estrés del viaje me dejó más adolorida que relajada. Tomé Chai, ese té con leche anaranjado, en bolsa plástica y con pitillo y comí muchas piñas dulcesitas en la calle. A última hora quería comprarlo todo. Cosas que nunca me interesaron, de repente, al saber que me iba, quería comprarlas, pero por limitaciones de equipaje no lo pude hacer.

Desde que decidí irme de Tailandia, todo lo veía con otros ojos, apreciando un poco más las cosas cotidianas: las sonrisas de la gente (digan lo que digan de su autenticidad), el desordenado cableado de las calles, los Katoeis (como los extraño) con su fuerte personalidad, las estrechas sois de Sukhumvit, los moto-taxis, los taxis de colores fuertes con su variada decoración en el techo, el elefantito en la calle, el cuál quería absorber con la mirada y traté de grabar su textura con un último toque; el alivio que se siente al entrar al BTS al venir de una larga caminata, los perritos callejeros y hasta los viejitos con las jovencitas y los viejitos con los jovencitos. Observé muchas veces cada una de las fotos del Rey, al cual extrañaré profundamente.

Y para cerrar con broche de oro, tuve una sesión de “drinks” en Coyote de Sukhumvit, disfrutando de varios Margaritas preparados con ron en lugar de tequila (para disminuir la resaca), mientras disfrutaba de una velada con algunos de mis amigos más cercanos. Cuando los tragos empezaron a subirse a la cabeza, nos dirigimos a Soi Cowboy a hacer una de las cosas que no me había atrevido a hacer en todo este tiempo (aunque se sentía incómodo el uniforme de universitaria y todos los hombres mirando desde abajo a través del vidrio mientras bailaba).

En realidad, el objetivo de esta visita era probar todos los insectos y bichos que encontrara (fritos). Antes de llegar al carrito de insectos, nos encontramos con algo que al enterarme de su existencia dije que nunca probaría: los dancing shrimps. Pero como estaba bastante desinhibida, mi amiga mexicana (Jenny) y yo decidimos compartir una porción de este delicioso manjar. La vendedora preparó una ensalada bastante picante al mejor estilo del norte de Tailandia, para luego pescar con una pequeña red el ingrediente principal. Agregó los camaroncitos vivos a la bolsa con la ensalada, mezcló los ingredientes y nos la entregó junto con dos cucharas. Al ver los camarones saltar mientras nos los llevábamos a la boca entendimos el porqué del nombre, pero ya en la boca no siguieron bailando tanto (no escucharían la música). Nos comimos todo el contenido de la bolsa mientras las “niñas” de los bares del frente disfrutaban viendo a este par de farangs comiendo lo que tal vez ellas ni se atreverían. Al terminar nuestra ensalada y acariciar al elefante que pasó por nuestro lado, continuamos hasta el carrito de insectos, seleccionamos un par de cada especie, les agregaron salsa de pescado y continuamos hacia uno de los bares en donde ordenamos cerveza fría para acompañar nuestro manjar. La cucaracha de agua (no sé el nombre pero se ve como cucaracha) se ve más asquerosa de lo que sabe, no tuve problema para digerirla. El gusano de seda sí es bastante desagradable, ya que al morderlo se siente como una contextura de queso crema y el sabor es un poco amargo. Los demás insectos y bichos (cucarrón -beattle-, ranita, hormigas, abejas -o algo similar de color verde-, grillo y grillito) eran simplemente crocantes y salados y no tenían ningún tipo de sabor desagradable. La verdad, me alegra haberlo hecho. Mientras terminaba mi cerveza disfruté una vez más de los contrastes de esta callecita y en general de la ciudad que siempre tendré en mi corazón. Fotos
Continúa...