Un Nuevo Comienzo
Cuando decidí regresar no imaginaba cómo me sentiría al llegar de nuevo. Mientras que estaba lejos me di cuenta que extrañaba mucho este lugar, al ver programas del Sureste Asiático (especialmente los de Anthony Bourdain, quien se convirtió en mi modelo –cuando grande quiero ser como él-), recordaba con alegría, y un poco de nostalgia, los lugares que ya conocía, comidas que ya había probado, pero sobre todo las cosas que me faltaban, lo que no conocí, lo que no probé, lo que no saboreé. Por eso aquí estoy de nuevo, lista para probar más cosas, para conocer más, para aprender más.Regresé llena de curiosidad por este mundo tan diferente (tan intenso, tan interesante para mí) y con muchas ganas de compartirlo con ustedes (al igual que antes, los que no estén interesados, pueden parar de leer en este momento, pero sé que con seguridad lo estarán ;-)).
El camino de regreso fue largo, saliendo de Bogotá triste por dejar a mi familia, pero llena de expectativas por lo que acababa de comenzar. Llegué a Madrid sin problemas, 10 horas de espera, viendo pasar gente en el aeropuerto, planeando, leyendo. Al tomar el siguiente vuelo, ya todo empezó a cambiar un poco: asientos más cómodos, con pantalla personal con muchas opciones de entretenimiento, azafatas muy amables y gente un poco diferente, físicamente, en el avión, se pasaron rápido esas seis horas que duró el vuelo hasta Doha, Qatar. Allí esperé 19 horas y desde que llegué empecé a apreciar lo diverso que es el mundo: en inmigración hice la fila detrás de 5 africanos negritos, muy negritos (café oscuro casi morado), con un olor intenso bastante diferente al nuestro, un olor que me resultó desagradable (y con seguridad el mío también les resultaría desagradable a ellos), los policías eran trigueños, la mayoría con bigote e inglés con pronunciación bastante fuerte (similar a la de los indios), mujeres con el pelo cubierto, algunas con burkah (túnica negra que sólo deja los ojos descubiertos), muchos indios, pocos orientales, muchos europeos; es decir, una gran variedad de colores, olores e imagino que de sabores. Todo eso ya generaba una gran sonrisa en mi cara y aún no había llegado. El aeropuerto de Doha no era tan grande, pero tenía suficiente espacio para pasear, diferentes zonas para sentarme y no aburrirme, Internet gratis y comida gratis: al tener una espera de más de 5 horas, Qatar Airways suministra a sus pasajeros vouchers para las comidas principales, comida de cantina, pero con esos sabores de oriente que tanto extrañaba (era comida árabe, pero los curries fuertes y picantes me recordaban los de India). No salí del aeropuerto, ya que al ser un país árabe, no me sentía muy cómoda saliendo sola siendo mujer (pensé en disfrazarme de hombre, pero tal vez no hubiera sido una muy buena idea y además noté que el bigote no lo llevaba en el equipaje de mano). El tiempo se pasó relativamente rápido, aunque no pude dormir porque las sillas eran muy incómodas.
Seis horas más y llegué al aeropuerto de Singapore, allí habría podido salir, es una ciudad muy fácil, pero ya he estado allí varias veces y estaba tan cansada que preferí esperar las 6 horas que faltaban en el aeropuerto y fue una muy buena decisión, ojala todos los aeropuertos fueran como ese. La gente muy amable, tenía zonas aisladas con sillas muy cómodas para descansar, televisores con pantalla gigante en dichas zonas, Internet gratis, todo tipo de comida y hasta algunas sillas con masajeador de pies, que me sentó de maravilla después de ese viaje. Que alegría regresar a Asia. Luego 2 horas más y ya estaba en Bangkok… fue como llegar a casa, todo fluye, todo es fácil. Llegué a la 1 de la mañana a la casa de mis amigas y dormí sólo 6 horas esa noche, para poder adaptarme al horario fácilmente. Al día siguiente no hice mucho, teniendo como única actividad del día un Masaje Tailandés: ¡terrible! Y no porque el masaje sea malo, es un masaje basado en estiramientos y presión, pero no sé que tenía en la espalda y en las piernas que fue supremamente doloroso. La persona que me hacía el masaje sentía la tensión en la espalda y presionaba más y más para tratar de remover los nudos, pero el dolor era muy fuerte que quería pedirle que parara.
Los días siguientes me he dedicado a comer todo lo que extrañaba, alguna comida picante que me sentía como una caricatura con la cara roja y con humo saliéndome de las orejas; esa mezcla de sabores dulce, ácido, salado y picante que es tan característico de la comida tailandesa, curries a base de leche de coco, mariscos, muchos mariscos. He probado pocas cosas nuevas, como una fruta que acabo de comer, roja por fuera y muy blanca por dentro, muy dulce y refrescante, podría ser una variedad de guayaba (lo digo por el sabor y las semillas… y el olor a guayaba), pero no estoy segura.
Son tantas y tan simples las cosas que extrañaba: tomar una moto-taxi para ir a alguna distancia corta (estos motociclistas usan coloridos chalecos, naranja, fucsia o verde, para identificarse de los demás y son una solución un poco arriesgada al terrible tráfico; no es el medio de transporte más seguro, pero de todas formas no hay nada seguro en esta vida), ver a los lindos (lindas) ladyboys en la calle, ver letreros de venta de películas porno en una zona comercial, tomar un barco para ir a algún lugar de la ciudad, monjes vestidos de naranja transportándose en dichos barcos; gran variedad de comida callejera, por todas partes, deliciosa y a precios absurdos; las servilletas pequeñas, ya que a los Thais les da asco limpiarse varias veces con la misma servilleta; la variedad de picantes y condimentos en las mesas de los restaurantes; el helado de coco con arroz que se compra por USD 0.20; los carritos con trozos de fruta ya pelada y lista para comer, mantenida en hielo y siempre cortada y servida de la misma forma, como si fuera un almacen en cadena con estándares establecidos; la dulzura de la piña, los colores poco convencionales de los taxis o buses, variedad de rosados, anaranjados, verdes o azules; los cieguitos cantando en la calle con su propio amplificador; la cantidad de cables de luz amontonados y enredados en las calles; las fotos del Rey y la gente en los parques parando sus actividades y quedandose "congelados" mientras suena el Himno Real. Hasta extrañaba ver a los viejitos occidentales con las Thais jovencitas (si este artículo se publicara en El Tiempo, me acabarían con los comentarios por haber dicho esto último). Aún no he visto los elefantitos en la calle con su luz en la cola, escena común en Bangkok, pero con seguridad los veré pronto.
Quizás suene un poco caótico y poco interesante para algunos de ustedes, pero son todas esas cosas las que han mantenido mi sonrisa casi permanente durante los últimos 10 días. Y con seguridad la sonrisa seguirá allí durante mucho tiempo más, finalmente estoy en La Tierra de Las Sonrisas. Algunas fotos.
El camino de regreso fue largo, saliendo de Bogotá triste por dejar a mi familia, pero llena de expectativas por lo que acababa de comenzar. Llegué a Madrid sin problemas, 10 horas de espera, viendo pasar gente en el aeropuerto, planeando, leyendo. Al tomar el siguiente vuelo, ya todo empezó a cambiar un poco: asientos más cómodos, con pantalla personal con muchas opciones de entretenimiento, azafatas muy amables y gente un poco diferente, físicamente, en el avión, se pasaron rápido esas seis horas que duró el vuelo hasta Doha, Qatar. Allí esperé 19 horas y desde que llegué empecé a apreciar lo diverso que es el mundo: en inmigración hice la fila detrás de 5 africanos negritos, muy negritos (café oscuro casi morado), con un olor intenso bastante diferente al nuestro, un olor que me resultó desagradable (y con seguridad el mío también les resultaría desagradable a ellos), los policías eran trigueños, la mayoría con bigote e inglés con pronunciación bastante fuerte (similar a la de los indios), mujeres con el pelo cubierto, algunas con burkah (túnica negra que sólo deja los ojos descubiertos), muchos indios, pocos orientales, muchos europeos; es decir, una gran variedad de colores, olores e imagino que de sabores. Todo eso ya generaba una gran sonrisa en mi cara y aún no había llegado. El aeropuerto de Doha no era tan grande, pero tenía suficiente espacio para pasear, diferentes zonas para sentarme y no aburrirme, Internet gratis y comida gratis: al tener una espera de más de 5 horas, Qatar Airways suministra a sus pasajeros vouchers para las comidas principales, comida de cantina, pero con esos sabores de oriente que tanto extrañaba (era comida árabe, pero los curries fuertes y picantes me recordaban los de India). No salí del aeropuerto, ya que al ser un país árabe, no me sentía muy cómoda saliendo sola siendo mujer (pensé en disfrazarme de hombre, pero tal vez no hubiera sido una muy buena idea y además noté que el bigote no lo llevaba en el equipaje de mano). El tiempo se pasó relativamente rápido, aunque no pude dormir porque las sillas eran muy incómodas.
Seis horas más y llegué al aeropuerto de Singapore, allí habría podido salir, es una ciudad muy fácil, pero ya he estado allí varias veces y estaba tan cansada que preferí esperar las 6 horas que faltaban en el aeropuerto y fue una muy buena decisión, ojala todos los aeropuertos fueran como ese. La gente muy amable, tenía zonas aisladas con sillas muy cómodas para descansar, televisores con pantalla gigante en dichas zonas, Internet gratis, todo tipo de comida y hasta algunas sillas con masajeador de pies, que me sentó de maravilla después de ese viaje. Que alegría regresar a Asia. Luego 2 horas más y ya estaba en Bangkok… fue como llegar a casa, todo fluye, todo es fácil. Llegué a la 1 de la mañana a la casa de mis amigas y dormí sólo 6 horas esa noche, para poder adaptarme al horario fácilmente. Al día siguiente no hice mucho, teniendo como única actividad del día un Masaje Tailandés: ¡terrible! Y no porque el masaje sea malo, es un masaje basado en estiramientos y presión, pero no sé que tenía en la espalda y en las piernas que fue supremamente doloroso. La persona que me hacía el masaje sentía la tensión en la espalda y presionaba más y más para tratar de remover los nudos, pero el dolor era muy fuerte que quería pedirle que parara.
Los días siguientes me he dedicado a comer todo lo que extrañaba, alguna comida picante que me sentía como una caricatura con la cara roja y con humo saliéndome de las orejas; esa mezcla de sabores dulce, ácido, salado y picante que es tan característico de la comida tailandesa, curries a base de leche de coco, mariscos, muchos mariscos. He probado pocas cosas nuevas, como una fruta que acabo de comer, roja por fuera y muy blanca por dentro, muy dulce y refrescante, podría ser una variedad de guayaba (lo digo por el sabor y las semillas… y el olor a guayaba), pero no estoy segura.
Son tantas y tan simples las cosas que extrañaba: tomar una moto-taxi para ir a alguna distancia corta (estos motociclistas usan coloridos chalecos, naranja, fucsia o verde, para identificarse de los demás y son una solución un poco arriesgada al terrible tráfico; no es el medio de transporte más seguro, pero de todas formas no hay nada seguro en esta vida), ver a los lindos (lindas) ladyboys en la calle, ver letreros de venta de películas porno en una zona comercial, tomar un barco para ir a algún lugar de la ciudad, monjes vestidos de naranja transportándose en dichos barcos; gran variedad de comida callejera, por todas partes, deliciosa y a precios absurdos; las servilletas pequeñas, ya que a los Thais les da asco limpiarse varias veces con la misma servilleta; la variedad de picantes y condimentos en las mesas de los restaurantes; el helado de coco con arroz que se compra por USD 0.20; los carritos con trozos de fruta ya pelada y lista para comer, mantenida en hielo y siempre cortada y servida de la misma forma, como si fuera un almacen en cadena con estándares establecidos; la dulzura de la piña, los colores poco convencionales de los taxis o buses, variedad de rosados, anaranjados, verdes o azules; los cieguitos cantando en la calle con su propio amplificador; la cantidad de cables de luz amontonados y enredados en las calles; las fotos del Rey y la gente en los parques parando sus actividades y quedandose "congelados" mientras suena el Himno Real. Hasta extrañaba ver a los viejitos occidentales con las Thais jovencitas (si este artículo se publicara en El Tiempo, me acabarían con los comentarios por haber dicho esto último). Aún no he visto los elefantitos en la calle con su luz en la cola, escena común en Bangkok, pero con seguridad los veré pronto.
Quizás suene un poco caótico y poco interesante para algunos de ustedes, pero son todas esas cosas las que han mantenido mi sonrisa casi permanente durante los últimos 10 días. Y con seguridad la sonrisa seguirá allí durante mucho tiempo más, finalmente estoy en La Tierra de Las Sonrisas. Algunas fotos.
Etiquetas: Bangkok
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